¿ Y todo este amasijo de reflexiones de cuerda literaria para escribir sobre la película ? Pues un poco de todo eso tiene el film, que se aroma del mismo carácter culturalista ( gozosamente semiótico, como querría Eco ) que el libro. Annaud no cae en la trampa de hacer un film sobre un libro: es obviamente innecesario y, por demás, inútil. Annaud recrea un universo detectivesco-medievalista sucio, áspero, relegando los abundantes latines del libro y su corpóreo discurso teológico a pinceladas leves que no alteran, en ningún momento, el espíritu ágil de su obra.
Digamos que las apostillas de Eco se reverdecen ( muy metafóricamente escrito ) en la película: todo se adelgaza, todo se simplifica, todo se deja contaminar por una precisión formidable, la que diferencia el cine ( palabra en movimiento ) con la literatura ( palabra que precisa del decodificador necesario, esto es, el lector cómplice ).
Annaud es ambicioso: plantea su film como un muy exigente incursión en la Historia y lejos de pretender monopolizar un proyecto que le era especialmente grato se hizo acompañar por un director de fotografía mítico ( Tonino Delli Colli ) que bebió en Rembrandt, en Caravaggio para impregnar de su luz las tinieblas de las abadías del medievo.
La trama de El nombre de la rosa es muy sencilla: en vísperas de que en una abadía benedictina se celebre una cumbre teológica algunos monjes aparecen siniestramente asesinados. Fray Guillermo de Baskerville y su joven discípulo Adso de Melk observan la influencia maligna de cierto libro. Crimenes, libros: nada nuevo.
Detrás hay una visión descarnada de la tiranía de la Iglesia Católica y del papel notabilísimo de los monasterios a la hora de transmitir ( o de ocultar o de cercenar ) una cultura. El propio bibliotecario ( homenaje magnífico a Jorge Luis Borges ) es ciego. Y el libro que se constituye causa de todos los crímenes es uno de Aristoteles sobre la risa porque, a decir de Jorge de Burgos, el bibliotecario ciego antes citado, la risa prefigura el conocimiento, su verdad más lúdica y menos controlable, y aunque haga la reseña más larga transcribo lo que dice acerca de ésta porque no tiene desperdicio alguno:
“La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable. Pero este libro podría enseñar que liberarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría. Cuando ríe, mientras el vino gorgotea en su garganta, el aldeano se siente amo, porque ha invertido las relaciones de dominación: pero este libro podríaenseñar a los doctos los artificios ingeniosos, y a partir de entonces ilustres,con los que legitimar esa inversión. Entonces se transformaría en operación del intelecto aquello que en el gesto impensado del aldeano aún, y afortunadamente, es operación del vientre. Que la risa sea propia del hombre es signo de nuestra limitación como pecadores. ¡Pero cuántas mentes corruptas como la tuya extraerían de este libro la conclusión extrema, según la cual la risa sería el fin del hombre! La risa distrae, por algunos instantes, al aldeano del miedo. Pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios. Y de este libro podría saltar la chispa luciferina que encendería un nuevo incendio en todo el mundo; y la risa sería el nuevo arte,ignorado incluso por Prometeo, capaz de aniquilar el miedo. Al aldeano que ríe,mientras ríe, no le importa morir…”
Un Sean Connery absolutamente magistral hace de Fray Guillermo de Baskerville y dota al personaje de una liviana chispa de gracia, de elocuencia y de naturalidad. No ocurre así con un novato Christian Slater en el papel del aprendíz, cuyo hieratismo ( luego amplificado con los años de oficio ) igual hasta conviene.
Lo mejor: La fotografía, que es admirable. Sean Connery. El texto de Eco.
Lo peor: Slater, que es un pazguato y lo será siempre.