Virus informáticos que se extienden, apariciones fantasmales, un futuro en peligro: todo un pulso a la paciencia del espectador.

★★☆☆☆ Mediocre

Pulse

Enésima cinta de terror influenciada por elementos asiáticos que nos llega a la cartelera de nuestro país, y una vez más lo hace desde el lugar en el que nacen estrellas con sueños y se mudan en sueños estrellados.
Mientras sigan generando beneficios, como actualmente lo hacen, seguirán otorgando sentido a la frase rotulada en la frente del conejo de Duracell.

“Pulse” es otro claro ejemplo de que el terror está condenado a extinguirse en su sentido más verdadero. Se le encasilla dentro de dicho género porque no se sabe en cuál colocarlo exactamente. Quizá suspense, una macedonia repleta de tensión acaso. Pero nada de terror, nada de turbación.
Ya no dejan espacio ni para el sobresalto, simuladamente advertido de antemano y con ánimo de reincidencia molesta.

No va a ser un servidor el que contradiga que el film que nos ocupa llega a distraer una tarde vacía, pero, como sospecha evidente, el espectador en busca de cine (no mero pasatiempo) inmenso, o, siendo más indulgentes, cine como medio artístico, no encontrará ningún filón aquí.

Es más. Si nos invade una tarde con tareas acumuladas, con cierta irritación previa o nos vemos en la obligación de pagar su entrada, seguramente lanzaremos todo tipo de improperios (y no sin razón) contra la madre que alumbró a Jim Sonzero.

Dice el adagio que la paciencia es la madre de todas las ciencias, y nosotros no vamos a ser, en toda esa paz espiritual y humana que nos inunda, los que rectifiquemos su mensaje. Respirando profundamente todo adquiere mejores tintes.
Pues todos estamos perfectamente avisados de que “Pulse” no es más que otra película para llenar los bolsillos de unos mientras (sin pudor, por supuesto) se van deshabitando los de otros. Vamos, la ley de la propia vida.

Este remake en forma de subproducto (nadie ha dicho que la original tampoco lo sea, a pesar de que las intenciones de ambas son bien diferentes) bebe de todo un poco, y al final, obviamente, se agarra una cogorza asombrosa. Un sorbo de “Resident Evil”, otro de “28 Días Después”, otro más de “Silent Hill” y, para no quedarse con tan poco, varios tragos largos de todas las cintas orientales que se nos ocurran: “The Ring”, “Llamada Perdida”, etc. Y eso que muchas de las citadas, a su vez, eran clones de otras ya iluminadas.

Quizá con “La Maldición” la cosa tenía su chispa, pero, a estas alturas, ya no sorprenden las apariciones fantasmales, las niñas cuyas madres desconocen el concepto de la limpieza al ver sus camisones mugrientos (vale, aquí lo que vemos son espectros borrosos y parpadeantes, reconozco su gran paso hacia lo singular), el goteo de los grifos, los baños solitarios, los golpes precedidos de subidas de volumen, las cámaras fantasmagóricas, los móviles que no dejan de sonar: muy fácil, todos los tópicos acumulados durante la última década en esta clase de películas.
Pretender sorprendernos así no evidencia más que una presuntuosidad patosa y ridícula.
Podríamos, sin mayores contratiempos, trabajar como montadores en su equipo, ya que sabemos mejor que el propio director el momento en el que brincará un gato, saldrá una sombra o pegará un grito el vecino.

Y para más inri, se vislumbra cierto mensaje moralista/crítico hacia una sociedad en la que la informática, la piratería y la tecnología avanzan a un ritmo terrorífico, pudiendo generar conflictos insalvables. ¿Quién demonios es el guionista? En efecto: el inefable Wes Craven aparece en el recorrido de los créditos.
Claro que sí. Tampoco falta el final fatalista, desértico, caótico que caracteriza a películas como algunas de las citadas al inicio del texto.

Pero hay días en los que uno se levanta benévolo, y en lugar de engendrar una explicación sencilla y directa que defina al film como una basura monumental (fruto de la pérdida de tiempo sufrida), se dedica a buscar sus puntos favorables. Seguramente en “Pulse” no habrá ninguno si lo que examinamos es cine, pero, sin meditarlo más, apuntaré dos: su evidente carácter de entretenimiento hueco, y la atmósfera oscura, quizá apocalíptica, pero siempre conseguida y consecuente con la intención del film.

Nada más que reseñar. Nadie se pierde nada, así que vamos a dejar de dar pie a obviedades. Para eso está “Pulse”.

El resto, cada espectador es perfectamente consciente de lo que está comprando y de lo que le venden. Todo nos conduce al comercio cinematográfico de la actualidad: unos trabajan, otros se lanzan a lo pragmático. Unos ganan, otros pierden. Pero, ¿quién ha dicho que éste sea el juego al que todos jugamos?
publicado por Iñigo el 21 febrero, 2007

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