David Lynch elevando al verdadero David Lynch: el nuevo cine se ha engendrado.

★★★★★ Excelente

Inland empire

No son pocos los que dicen que a David Lynch no se le puede dejar solo frente a un proyecto: desatará la caja de los truenos, hará todo lo que su mente y su intuición le dicten, el universo propio se convertirá en un caos donde ordenar la más mínima pieza se convertirá en una amenaza, la lógica témporo-espacial desaparecerá del diccionario, incluso surgirá un nuevo concepto de cine.

Eso es, ni más ni menos, lo que ha hecho el genio de Montana. Ha destrozado por completo el celuloide, considerado según él “un dinosaurio lento y pesado”, y ha reinventado todo juicio digitado creando una nueva etapa (necesaria y futura) “cinematográfica”.

La libertad digital que tanto adora el prolífico realizador se nota, y de qué manera, en “INLAND EMPIRE”. Sus rasgos personales, sus elementos intransferibles, todo lo que caracterizaba al cine de Lynch se ve aquí transportado a su máxima expresión. Hace, por primera vez, lo que realmente quiere hacer.

Más aún. Supera todo límite de expresiones. Transforma todo lo clasificable (que ya era poco en parte de su cine) en inclasificable. Nace el metacine, el cine dentro del cine, las películas dentro de las películas. El cine es vida, la vida es cine. Y llega el momento en el que es imposible discernir cuál es cuál.

Por tanto, esta nueva película aumentará en mayor medida (si cabe) el abismo que hay entre los seguidores/analíticos del cine de Lynch y los que no comprenden su comportamiento o lo desprecian: aquellos que verán en su reciente obra una antológica tomadura de pelo o una evidente inserción en el mundo de las drogas duras.
Ese abismo es, ahora, insalvable. Desquicia o maravilla. Esto es el fin.

Pero en ningún momento se le ha ido la cabeza al bueno de Lynch, y tampoco pretende tomarnos el pelo. A lo mejor lo único que hace es parodiarse a sí mismo. Y, de la misma forma, incrusta numerosos detalles que sirven como referencia a su cine previo. Da la impresión de que se despide de algo, probablemente de su 35mm, para dar paso a una nueva vida: la vida digital. Una era que comienza de forma muy desigual, incluso con esperanza, alegría o cachondeo.
Hay alusiones, como he dicho, a “Carretera Perdida”, a “Mulholland Drive”, a “Twin Peaks”, incluso momentos necesariamente profundizados como los de “Darkened Room” o “Rabbits”.

Es ir mucho más allá que “Mulholland Drive”, introducirse de lleno, mediante una enorme Laura Dern, en Hollywood Boulevard para horrorizarlo, quebrarlo con su realidad y sus miedos.
A través de pasillos angostos, oscuros, opresivos (que recuerdan cuantiosamente a los de “Lost Highway”), se emprenderá la búsqueda de uno mismo. La actriz en busca de la persona. La persona en busca de la actriz. Y, sin saber cómo ni cuándo, ambas se fusionarán resultando imposible volver a la realidad o delimitarla.

Hay ciertas cuestiones que parecen recordar al “Videodrome” de Cronenberg, pero aquí todos esos detalles serán engullidos por el universo de Lynch, comprendiendo el misterio mejor que el mismo Hitchcock, llevados más allá de la frontera entre el bien y el mal, entre la locura y la cordura: entre la ficción y la sustantividad.

Sin incidir en el guión (o la relatividad del mismo), lo que hace aquí Lynch es matar al cine, matar una época en la que no existe complicidad entre director y espectador, entre sueño y vida, entre misterio y arrebato, entre muerte y renacimiento.

Surge lo que antes era, lo que debería haber resurgido hace tiempo. La senda hacia el sentido real de la gran pantalla.
Puedes sentarte, abrumarte, frenar el corazón con la brutal tensión, tratar de encontrar el misterio y el sentido, desvanecerte, dejarte llevar, interpretar, dejarlo de hacer, llorar, ilusionarte, doblegarte, aterrorizarte. Puedes mirar a esa enorme pantalla y verte reflejado, descubrir la nueva vida dentro de la vida, saber que el protagonista eres solamente tú y que la salvación estará supeditada únicamente a ti.

Es, en efecto, lo que le pasa al cine. Todo depende de nosotros, de que no seamos meros conejillos de indias sujetos a la carcajada fácil, aguardando en el purgatorio de la fábula, discreto escondite del infierno.

¿Ser o no ser? ¿Tener o no tener? Blasfemias.

David Lynch, haciendo caso omiso a los que tachan la obra como locura compleja, da un nuevo sentido (perdido hasta “INLAND EMPIRE”) al cine. Da vida al cine. Lo sacrifica con un puñal en el estómago, lo vomita forzosamente para engendrar el moderno (y antiguo) séptimo arte.

David Lynch, el único genio en vida, crea la primera Obra Maestra latente en nuestra gran pantalla: su culminación artística.
publicado por Iñigo el 24 febrero, 2007

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