Película inusual, alejada del modelo clásico de representación institucional, más próxima al cine modernista que se hacía en los años sesenta que al tradicional portugués con el que, sin embargo, guarda más de un elemento común.

★★★☆☆ Buena

Si dejar pasar unas horas antes de sentarse a escribir las impresiones acerca de la película que acabamos de ver, es una costumbre muy sana, con la nueva cinta de Miguel Gomes se nos antoja del todo imprescindible si se quiere que nuestra opinión sea medianamente objetiva.

Y es que Tabú es una película inusual, alejada del modelo clásico de representación institucional, más próxima al cine modernista que se hacía en los años sesenta, con Godard al frente del movimiento, que al tradicional portugués con el que, sin embargo, guarda más de un elemento común. 

El filme de Gomes, posee una estructura curiosa que arranca con un pequeño cuento absurdo como prólogo: un explorador termina engullido por un cocodrilo; su mujer, que se le aparece de vez en cuando, acaba velando eternamente al reptil que acabó con la vida de su marido. Después de este episodio en apariencia inconexo, Gomes nos introduce en una primera parte que se desarrolla en el Lisboa actual, donde dos vecinas y, sobre todo, su soledad, son las protagonistas. Una de ellas, Aurora, con demencia senil, sueña con cocodrilos y dice tener las manos manchadas de sangre; justo antes de morir, le encarga a su criada de color y a la otra vecina que busquen a cierto anciano llamado Ventura, también enfermo mental.

Del capítulo moderno pasamos al segundo acto que se desarrolla en una región del África colonial. Es la parte más interesante de la cinta, también rodada en blanco y negro y narrada con voz enoff: Ventura nos relata la vida de Aurora y su encuentro con ella en el salvaje continente; poco a poco, los sueños disparatados de la anciana del primer episodio comienzan a cobrar sentido. 


 

El largometraje de Gomes tiene el acierto de la originalidad, del estilo por momentos bretchiano de la segunda parte, donde los diálogos son poco importantes, se han olvidado (hay sonido, digamos ruidos, pero las palabras de los personajes no se oyen) para acentuar las imágenes y para darle todo el peso de la narración a la voz en off de Ventura. Las primeras se obtienen con mucho mérito: con largos travellings y planos generales muy estudiados así como con una puesta en escena bien planificada. De la voz narradora, decir que sigue con acierto la ley de no contar lo que se está viendo, pero resulta muy pesada dada la duración de la película. Es un recurso habitual del cine poético luso de, por ejemplo, Manoel de Oliveira, pero aquí termina cansando. 

Aunque ese no es el principal fallo de la película. A nuestro entender, lo que más perjudica al filme es lo mucho que tarda en arrancar. Gomes se pierde en la descripción de la soledad de Aurora y en la de su vecina, con personajes que luego no tendrán nada que ver con la trama (esa niña polaca o el pintor) y deja que pase mucho tiempo, tanto que se corre el peligro de que el aburrimiento gane la partida y decaiga el interés por ver la parte más experimental, la mejor. 

Nos queda comentar el paralelismo que tiene la película de Gomes con la excelente cinta de Murnau y Flaherty (Tabú, 1931). Casi ninguno, quizás que está rodada en un entorno salvaje, y que el argumento se centra en un amor imposible: mientras allí eran dos nativos de los mares del sur los que luchaban por un amor prohibido (la mujer había sido declarada tabú), aquí son dos blancos de las colonias de África los protagonistas de la trágica historia de amor. Ambos personajes siempre observados por el monte que les recuerda su osadía; el que lleva el título de la película.

publicado por Ethan el 12 noviembre, 2013

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