En un mundo mejor (haevnen)
Con esta película Susanne Bier deja cerrada su primera docena de películas. Tras veinte años dirigiendo, después de graduarse en la Escuela Nacional de Cine de Dinamarca, haber dirigido producciones con tres nacionalidades distintas, haber formado parte y engrandecido el movimiento “Dogma 95″ y haber vivido su particular periplo en Hollywood, se presentó en 2010 con un excepcional drama cuya bandera es la honestidad.
Fue galardonada en el 2011, con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa y el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa.
Personalmente, la veo como una pequeña joya, en base no a su arte, que lo tiene, sino a su mensaje. El guión de Anders Thomas Jensen dibuja un drama inteligente, con buenos personajes, un tratamiento del tiempo muy logrado, con sus puntos de inflexión y sus clímax teóricamente perfectos, pero podría correr el riesgo de caer en un melodrama con moralina. Este problema lo soluciona el propio Thomas gracias a unos diálogos muy elaborados, meditados y llenos de carisma y queda en manos de la virtuosa dirección de Bier, que a modo de escultora de imágenes modela y da color a esta vorágine de sensaciones, que por otra parte tiene el gran valor de arriesgar mucho y salir triunfante.
Quizá sea atrevido decir que veo cosas de Ozu en Bier, pero la clave de este filme, es el personaje del padre de esta complicada familia. En este punto es donde Bier teje con suma audacia uno de los personajes más honestos que he visto últimamente en una sala de cine. Un personaje que representa esa idea de un mundo mejor. Mientras la veía, mi memoria evocaba escena tras escena, películas como “Había un Padre” (Chichi Ariki, 1942) o incluso “Cuentos de Tokio” (Tokyo Monogatari, 1953), en un estilo y tipo de drama completamente distinto, pero con una idea deliciosamente similar.
Queda magníficamente interpretado por un actor que sin haber llegado a ser excesivamente conocido, muestra una habilidad muy especial para el drama,Mikael Persbrandt. El resto del reparto queda a su altura y la habilidad de Bier en cuanto a la dirección de actores se ve patente en esos dos prodigiosos niños llamados William Johnk Nielsen y Markus Rygaard.
La virtud de la fotografía de Soborg queda patente especialmente en los paisajes, donde consigue matices muy originales en cuanto al color, con esos fotogramas de perfecta simetría vertical entre un cielo de tormenta y un campo de cultivo, son realmente preciosos, además de jugar con habilidad con la profundidad de campo. Esto mezclado con algunos planos generales y cenitales de Bier, le concede un estilo estético más que interesante.
Un drama sobre el amor y la educación, brillante, impactante, terriblemente sincero y creíble, sensible e inteligente que bebe de mitos como Ozu o Bergman.
Considero el cine como un arte, y me encanta vivirlo como tal, pero en ocasiones como esta, puede convertirse en una perfecta herramienta educativa.