La tumba de las luciérnagas

1945. Japón, después de declararle la guerra a EEUU en el tristemente célebre episodio de Pearl Harbor, está siendo mutilada por las fuerzas armadas norteamericanas, y sus pueblos, incinerados. La muerte pulula por doquier.

Dos hermanitos, el adolescente Seita y la pequeñita Setsuko, pierden a su madre en el ataque a su pueblo. Como muchos niños japoneses, cuyos padres sirven en el frente, ellos quedan prácticamente huérfanos y deben refugiarse con unos tíos, que muy pronto, insensibilizados por las miserias de la guerra, comienzan a negarles comida. Por ese motivo, se retiran a vivir por sus propios y medios, y con los ahorros de sus desaparecidos progenitores, a la margen de un lago, en el cual se erigen los refugios antibombas. La precariedad de una vida, a la que no pueden mirar con alegría muy a pesar de su optimismo, pronto hace mella en sus infantiles espíritus, conduciéndolos a un angustioso y trágico final.

 

Durante años escuché hablar de esta película animada japonesa, de su gran calidad artística y de su humano mensaje. También, sabía de lo difícil que era conseguirla puesto que no se había editado en nuestro país y solo se podía conseguir la edición española importada. Por esas cosas del destino (y de la piratería) la conseguí hace unos meses, y desde entonces me resistí a verla, ya que sospechaba de antemano el tipo de efecto que tiene este género de productos, que suele apelar, con buenas y nobles intenciones si, a los golpes bajos. Sobre todo, si desde el vamos nos encontramos con que la misma está realizado por los reponsables de dos de las series animadas japonesas más sentidas de los primeros ochentas: “Heidi” y “Marco: de los Apeninos a los Andes”.

Como estoy en un auto proceso de rescatar de mi frondosa DVD/videoteca los títulos que aún no vi (unos 45 de 1620 aprox.), y como la que estaba dando vueltas alrededor mío anoche, como mariposilla inquieta, era mi pequeña Alfonsina, la invité a que viéramos esta peli juntos…

He visto antes muchas cintas de acción en vivo que reflejan, a veces muy gráficamente, las devastadoras consecuencias de la 2da. Guerra Mundial en el pueblo japonés: “Los puentes de Toko-ri” y “Las arenas de Iwo Jima”, ambas idealizando el heroísmo romántico y la audacia de la intervención “americana”, no carente de sentido de espectáculo cinematográfico; “Pearl Harbor” y el mensaje pseudo demagogo y cursi, fiel al estilo de Michael “tranformer” Bay; las más objetivas “La conquista del honor” y “Cartas desde Iwo Jima”, que conforman un sobresaliente díptico dirigido por el gran Clint Eastwood; “Rapsodia en Agosto” del maestro Akira Kurosawa, que indaga en los ecos sustanciales del armagedon atómico de Hiroshima, probablemente y hasta hoy, la más violenta demostración de desprecio a la vida humana de toda la historia de nuestro género. Pero, lo cierto es que nunca había visto una aproximación tan honda y sensible, tan explícitamente demoledora y al mismo tiempo tiernamente verosímil, como esta belleza de cinta.

“La tumba de las luciérnagas” es un alegato, disfrazado de anécdota, y aún así, aún desde la simplicidad de lo que narra, es tan poderosa como el sentido inhumano de la propia contienda. Hablar de la magnificencia de la animación japonesa queda sobrando, porque ya sabemos que lo que ha diferenciado el arte del animé de los usufructos Disney (por citar un ejemplo) es que el primero ha intentado más allá de lograr perfección plástica, transmitir en cada viñeta un código pausible al ojo y al entendimiento sensible del espectador de cualquier lugar del universo, y no solo dejarnos con la primera y evidente impresión.

“La tumba de las luciérnagas”, no es solo una historia trágica, no es solo otro intento retórico de melodramatísmo animado. No. “La tumba…” es el testamento fílmico de la epopeya de un pueblo (japonés, aquí, pero puede ser cualquier otro), y los avatares de sus seres, sus individuos (valiosos, todos) frente a las vicisitudes de un enfrentamiento cuyos motivos e intereses desconocen. Y sobre todo, es una lección de vida y esperanza, que dicta que, frente a la cruel realidad de la pérdida de una generación, queda la iluminada verdad del renacer de las cenizas, para entregarle a las próximas (generaciones) un legado en el que la paz y el amor de los hombres por los hombres, sea más importante que sus luchas y sus derroteros.

Alfonsina, parece haberlo entendido.

EXCELENTEEEEEEEEEEEEEEE!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Lo mejor: que exista!
Lo peor: que haya una generación de chicos afiebrados por la PS3 que aún no vio esta maravilla
publicado por Sergio A. Villanueva el 21 mayo, 2012

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