Centauros del desierto
John Ford expande su mirada lírica más allá del horizonte de Texas para narrarnos esta historia sobre la soledad y el odio de un hombre inmutable. Un John Wayne capaz de encarnar a ese hombre otorgándole una profunda carga emocional y psicológica tan bella como repudiante. ‘Centauros del desierto’ es, además de una obra maestra del género, una obra de arte. Muy rara vez se da este fenómeno, porque son pocas las películas que poseen en su descripción ambos términos y cuando ocurre, ocurre de verdad.
El encargado de escribir el maravilloso guión es Frank S. Nugent, un guionista capaz de escribir con los sentimientos como así lo demostró en ‘El hombre tranquilo’. Sentimientos que se van y otros que aparecen: odio, nostalgia, coraje, cólera, añoranza, venganza, repudio, amor, intolerancia, perdición…
Son muchas las escenas que se quedan grabadas a fuego en la retina: un hombre que se aleja de la felicidad en medio del polvo del desierto sin un claro destino, un hombre dispuesto a vaciar el cargador de su revólver para sacar todo su odio interior o un hombre impávido capaz de experimentar un cambio fundamental en su vida, todo ello narrado con un tono poético donde afloran las emociones.
Una apasionante historia donde hay cavidad para el sentido del humor y donde la testarudez vuelve a emerger de una sombra tan oscura como entrañable. ‘Centauros del desierto’ no es solo lirismo y amargura, sino también es una impresionante puesta en escena, un domino prodigioso de la narración, una excelente dirección de actores y una extraordinaria utilización de la imagen (hermosa fotografía de Winton C. Hoch), de la música del maestro Max Steiner y de los escenarios y paisajes. Uno de esos films imprescindibles en nuestra colección.