El desafío: frost contra nixon
Richard Nixon ha sido una de las figuras más controvertidas de la historia política estadounidense. En cierto modo, ha quedado retrospectivamente como una especie de presidente maldito. No es que la Historia de los Estados Unidos como país y como administración resulte, vista desde fuera y globalmente, demasiado edificante. Al menos desde 1898. Su agresiva política exterior, la evidente voluntad de supremacía, su casi desvergüenza a la hora de involucrarse en los asuntos de países ajenos, o su constante pretensión de que lo que no son más que intereses propios coinciden con los intereses globales no ayudan a la imagen de EEUU como potencia cien por cien benigna.Al igual que Roma, los EEUU tuvieron una primera fase Republicana a la que le sucedió una fase Imperial. En el caso estadounidense, podríamos decir que la Era Republicana cubrió desde 1776 hasta 1898. La guerra contra España supondría la puesta de largo como Imperio del nuevo gigante económico, el punto y final de la República ideal de los Padres Fundadores.
Y ese primer siglo del Imperio ha dado unas cuantas figuras sombrías. Pero alguna había de llevarse la palma, convertirse en cabeza de turco historiográfico. Richard Nixon (1913-1994) ha sido la figura escogida.
Nixon, el Watergate y las entrevistas con David Frost (1977)
El escándalo de las escuchas ilegales en la sede demócrata del edificio Watergate obligó a Nixon a dimitir en 1974, poco después de ganar su reelección. A partir de entonces se sumiría en un largo silencio. Nadie, ningún periodista por acerado que fuese, parecía poder sacarlo de su hermetismo.
Mientras tanto, el polémico ex-presidente acariciaba la idea de resarcirse ante la opinión con alguna intervención pública contundente, o serie de entrevistas de calidad. De “tapar” dialécticamente con sus éxitos diplomáticos la fea “mancha” del asunto Watergate. A mediados de la década de los setenta, el periodista y showman británico David Frost pareció ponerle en bandeja la oportunidad.
¿Quien era David Frost?. De entrada, ni siquiera era norteamericano, y en aquella época se encontraba “desterrado” en la televisión australiana. Especie de Andreu Buenafuente o Xavier Sardà de los setenta, a Nixon le pareció un contrincante fácil para la conducción de las entrevistas que habrían de devolverle (según confiaba) la estima de los estadounidenses. Aceptó casi de inmediato, animado también por la bonita suma ofrecida por Frost.
Primeras entrevistas: Nixon se come a Frost
Según lo pactado, las entrevistas (que se desarrollaron en 1977) habrían de abarcar cuatro bloques temáticos, uno de los cuales sería el asunto Watergate. David Frost acabaría financiándolas de su propio bolsillo, ya que no consiguió interesar a las cadenas estadounidenses, que no veían en él un periodista con la suficiente mordiente para “tumbar” o al menos torear a Richard Nixon.
Las entrevistas habían de durar unos 90 minutos cada una. Antes de empezar, Frost confiaba en sus posibilidades. Pero al concluir la primera de las grabaciones, y mucho antes, el inglés se dio cuenta de que estaba ante una personalidad de lo más correoso, un auténtico maestro del discurso y del intercambio político. No parecía nada claro que algo fuese a salir de ahí. El escepticismo general parecía justificado. Y no sólo eso, sino que resultaba claro que Nixon iba saliéndose con la suya, y metiéndose a la audiencia en el bolsillo. Lo cual irritaba y mucho a aquellos miembros del equipo de Frost que consideraban a Nixon poco menos que un traidor a la esencia democrática de América.
Todo cambió en la última de las entrevistas. Frost se la trabajó muy bien, pues ahí se jugaba su carrera. Tanto él como el expresidente sabían lo que estaba en juego. Si Frost ponía sobre la mesa su futuro mediático y televisivo, Nixon se las veía con la opinión pública y los libros de Historia.
Giro inesperado: el ex-presidente se confiesa
De esas entrevistas Frost/Nixon, que se han convertido en míticas, se hizo una obra de teatro a cargo de Peter Morgan, en la que finalmente se ha basado la película de Ron Howard. Alguien ha dicho jocosamente que la cinta es una especie de Rocky intelectual. Divertido y certero, el comentario: David Frost en el papel de Rocky, el bueno, y Richard Nixon, el malo, que va machacando a su contrincante hasta el “inesperado” giro final, en el que el “ bueno” triunfa.
Y ese giro final inesperado, vino, pues en la entrevista final, cierto material de última hora del que pudo disponer Frost (que no anduvo nada inactivo antes de esa “batalla” definitiva) le permitió hacerse con la “victoria”. Increíble Knock out de Nixon. Logró que el expresidente reconociera ante las cámaras su responsabilidad. Dos frases inmortales en la historia de la entrevista política televisada: “He dejado tirado al pueblo estadounidense, y tendré que llevar esa carga toda mi vida”. Y sobre todo: “Si el presidente lo hace, no es ilegal”, algo que dejó estupefactos a Frost y a la audiencia.
La película de Ron Howard, del 2008, recoge con solvencia el pathos de las entrevistas, ese “Rocky intelectual”. Las interpretaciones de Michael Sheen y Frank Langella son más que verosímiles y transmiten toda la tensión en torno al tratamiento informativo de uno de los episodios clave de las últimas décadas de historia estadounidense.
Y las imprecisiones en relación a los hechos reales no son excesivas. Nada más puede pedírsele. Frost/Nixon es un verdadero thriller que nos despierta una curiosidad irreprimible hacia la Política y el electrizante relato de la Historia.