Faust. la venganza está en la sangre
Allá por el año 2000, Julio Fernández iniciaba la Fantastic Factory. El objetivo: hacer cine de terror exportable, dentro de nuestras fronteras y con presupuestos ajustados. La estrategia: rodearse de nombres “importantes” dentro del cine de bajo presupuesto como Brian Yuzna o Stuart Gordon. El resultado: discutible y en general poco agradecido.
El proyecto dio lugar a una serie de obras, realizadas con más ganas que medios, que siendo sinceros, en pocos casos, pasaban de la mediocridad. Solo podrían salvarse de la quema Darkness (el proyecto más importante de la productora) y por los pelos Dagon, divertida aproximación al universo Lovecraft, con una agradecida atmósfera cortesía de tierras gallegas, y con una estupenda Macarena Gómez. En el otro lado de la balanza, auténticas aberraciones fílmicas como Arachnid o Beyond Reanimador.
La primera película de la Fantastic Factory, fue Faust “la venganza esta en la sangre”, adaptación de un cómic, que podríamos situarla más cerca del segundo grupo que del primero; pero el film ofrece suficientes alicientes para verlo con una sonrisa en la cara, y pasar por alto sus evidentes fallos.
Con una atmósfera que recuerda constantemente a las producciones Full Moon de los 90, Faust en un acelerado cómic visual, lleno de violencia gratuita, excesos y muy, muy poca vergüenza ajena. Un vengador, que tras la muerte de su amada, se convierte en el asesino privado del diablo, contrato mediante, transformándose en un bicharraco con cuchillas en los brazos y con una cortina roja por capa. Un reverso trash del famoso Cuervo del malogrado Brandon Lee.
El film esta hecho con cuatro perras, o esa impresión produce, pero no puede negarse que resulta divertido, y su desfachatez se convierte en su principal reclamo. Si enumeramos los alicientes: un despistado Jeffrey Combs haciendo de policía (¡venga coño!), un Andrew Diwoff repitiendo el papel de Wishmaster, efectos especiales tradicionales y surrealistas del jefe Screaming Mad George, una Monica Van Campen que se pasa más metraje en pelotas que vestida (y que protagoniza una delirante escena de transformación en un par de tetas y nalgas gigantes…si, así, como suena) y un protagonista, Mark Frost, empeñado en convertirse en el hermano pequeño de Bruce Campbell, podremos pasar por alto el ridículo guión, el pésimo empleo de la banda sonora (Machine Head suena como quince veces, y es que siempre me posicionaré en contra del uso de canciones para una banda sonora, a no ser que se trate de música diégetica esto es, dentro de la historia. Un personaje escucha la radio por ejemplo) y la sosa puesta en escena de Brian Yuzna ahorrando cuartos por todas partes.
Un film que disimula tan malamente su nacionalidad (haciéndose pasar por yanqui) solo puede resultarme simpático, y vaya usted a saber por qué, tengo cierto cariño a esta terrible película.