Los muertos no se tocan, nene
La última película de José Luis García Sánchez ha supuesto una pequeña decepción por la expectación que había generado en los medios. No es de extrañar este revuelo si tenemos en cuenta que la cinta está basada en una novela, en un guión no terminado, de Rafael Azcona, posiblemente el mejor escritor de cine que ha dado nuestro país, con películas inolvidables realizadas por Berlanga, Ferreri, Trueba y tantos otros. Y quizás lo mejor de la película sea la idea y los diálogos escritos por el guionista que nos abandonó hace tres años, ahora recuperados por García Sánchez, David Trueba y Bernardo Sánchez:
El abuelo se muere a punto de cumplir cien años y se desata un caos en la vivienda de Don Fabián: El hijo (también anciano) espera la comparecencia del alcalde para que le sea otorgado un nombramiento; mientras se prepara el velatorio acude un peculiar médico, se presenta un mendigo para gorronear en el convite, un técnico para instalar una televisión que compró el finado, los de la funeraria, parientes desahuciados por la familia y un largo etcétera de personajes a cada cual más extravagante y esperpéntico.
La trama, por tanto, va en la línea de las películas que hicieron juntos Azcona y Berlanga y, aunque deberíamos analizarla por sí sola, es inevitable compararla con aquellas excelentes películas. No somos nosotros los que caemos en esa trampa (porque lo es, ninguna película hecha ahora saldría bien parada en una comparación con Placido o El Verdugo, por ejemplo), sino el propio director y el equipo de producción que ha querido situarse en esos años rodando la cinta en blanco y negro y dejando que los actores interpreten como entonces (y pasándose en la sobreactuación la mayoría de ellos, salvo quizás Silvia Marsó y una estupenda Blanca Romero).
Entonces, lo sentimos, vista la cinta y recordando aquellas otras, la película de García Sánchez no sale muy airosa. Primero, porque parece que el director ha intentado acercarse a Berlanga, en el sentido literal. Mientras el genial realizador ya desaparecido proponía una puesta en escena basada en planos secuencia generales, donde un caos perfectamente estudiado ofrecía una historia ácida, García Sánchez opta por planos medios y primeros planos, dividiendo la puesta en escena, acercándose a los actores como en una serie de televisión (de hecho muchos de los profesionales vienen de ese medio; eso tampoco ayuda) rompiendo el ritmo caótico, señal de identidad del mundo visto según los ojos de Azcona. Mientras Berlanga organizaba la secuencia en profundidad (lo que sucedía en segundo plano era casi más importante que lo que pasaba delante) García Sánchez no logra esa yuxtaposición de objetivos y decide cortar el plano y presentar la acción separada. El resultado, repetimos, es una pérdida de ritmo en muchas partes de la cinta con el riesgo de caer en el aburrimiento -en el que cae muchas veces-.
Es decir, la cinta se queda en un intento de emular aquellas geniales películas donde el humor negro y la acidez presidían la historia (aquí también la presiden, pero con menos sutileza, demasiado explícito, quizás por no tener que luchar contra la censura). También se aproxima a la trilogía de La Escopeta Nacional, en el sentido de incluir las fuerzas vivas de la ciudad de provincias y sus teje manejes de reparto de influencias (aprovechando nombramientos del alcalde falangista o la fortuna de un empresario vasco), pero solo se queda en eso, en una aproximación.
Donde sale más afortunado García Sánchez es en la simbología y en el drama. La presencia del aparato de televisión —su molesta instalación—, nos anuncia nuevos tiempos, mientras, el difunto (un republicano encubierto) representa al pasado. Tampoco es casualidad que el primer programa que sintoniza esta familia en pleno velatorio sea un documento sobre el Valle de los Caídos.
La película, por tanto, podríamos calificarla como irregular: con buenos golpes, salpicados de diálogos del mejor Azcona, pero con una puesta en escena no muy acertada y un resultado aburrido por momentos. Casi se podría aplicar el título (los muertos mejor no tocarlos) al hecho de haber adaptado una historia de Azcona sin el propio guionista supervisando el proyecto.