Té con mussolini
Siempre resulta gratificante recorrer la filmografía de un director y encontrar en ella alguna película singular, una cinta personal que se aparta premeditadamente de lo habitual, que incluso puede recurrir a la propia vida del autor, o a sus aficiones más queridas, para presentarlas en pantalla como si de un manifiesto, testamento o diario intimo se tratara, con el objetivo de dejarlo registrado para la posteridad. Todo esto se nos antoja que haya sido la intención de Franco Zefirelli en su mejor película hasta la fecha.
Como decimos, Zefirelli se apoya en su autobiografía para escribir y dirigir este filme basado en las vidas de un grupo de damas inglesas retenidas en Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Es, por tanto, un retrato coral donde las mujeres son las protagonistas. Personajes femeninos muy ricos en matices, brillantemente expuestos por el realizador italiano emulando al mejor Cukor y sintiéndose muy a gusto con el reto.
Las “Scorpioni”, que así llaman al grupo de viejas aristócratas, viven en Florencia, de forma inocente ajenas a un mundo a punto de estallar, y convencidas de su inmunidad gracias a una tarde en la que El Duce las invitó a tomar el té. Pronto se darán cuenta de que las promesas del dictador eran vanas, y sentirán muy de cerca el drama bélico cuando queden recluidas a la fuerza, como si fueran —que lo son— prisioneras de guerra.
La trama es original, pero la calidad de la cinta viene a raíz de las actuaciones. Todas las actrices están estupendas: Maggie Smith es la líder del grupo, la más ingenua de todas, pero también la más enérgica (como la propia Inglaterra de Chamberlain que se creía, o hacía la vista gorda, a todas las mentiras de Hitler y no reaccionaba a sus conquistas hasta que invadió Polonia); Joan Plowright es la que aporta el punto de vista de la narración junto al niño que protege (el alter ego del propio Zefirelli); Cher es la americana, la que simboliza la vida despreocupada del otro lado del "charco", pero también la realidad y la tragedia del conflicto al ser judía; Lily Tomlin, da vida a una arqueóloga lesbiana que ejerce como tal sin ningún prejuicio, adelantándose a su época (y dejando que el director opine sobre esta cuestión); y, finalmente, Judi Dench, encarna a una enamorada del arte, que antepone su propia vida para defender la belleza, otra de las constantes en la vida del cineasta, un director consagrado a la representación artística, en particular a la escena.
Y es que, aunque Franco Zefirelli parece que en Tea with Mussolini se aleje de la ópera, sin embargo lo que realmente fabrica es un homenaje a la lengua inglesa, a los clásicos, con Shakespeare a la cabeza, al que aprendió a admirar y querer desde la infancia, y al arte en general siempre presente en su Florencia natal. No, no se distancia tanto de las tablas, al menos no en ambientación, ni en la puesta en escena coral gracias a la profusión de planos generales.
Es decir, Zeffirelli acierta con la narrativa, con las intérpretes y con una forma de rodar muy británica, casi podríamos decir cercana a James Ivory. Sobre todo en la primera parte, cuando el grupo aún vive en el final de la década de los treinta como si sus relojes se hubieran detenido en los felices veinte, con una venda en los ojos. Como muchos en aquella época: los que querían vivir sin creerse lo que parecía inevitable, la guerra más sangrienta de la historia.