Templario (film de espadas y príncesas cercano al gore)

★★★☆☆ Buena

Templario

No hay medias tintas. El Medievo fue una época oscura, sucia, con olor a carne podrida, mugre y muerte, por lo que su representación en pantalla, debería ser de este modo. Este camino es el elegido por Templario, de Jonathan English, y el resultado es de lo más satisfactorio.

Templario adopta una estructura vista cientos de veces, pero no por ello, deja de ser menos efectiva. A saber: elaboración de un grupo, de variadas personalidades, que debe resistir en una fortaleza, el asedio de sus enemigos. En este caso, los héroes son una mezcolanza de barones, templarios y mercenarios, y los enemigos, tropas danesas que apoyan a un rey cruel e hijo de puta. El escenario, una fortaleza al más puro estilo del Abismo de Helm.

Al igual que la reciente, y reivindicable, Centurión, de Neil Marshall (aconsejable para todos los que quieran seguir a esa futura estrella de cine conocida como Michael Fassbender), Templario no ahorra en litros de sangre, y su metraje está lleno de decapitaciones, descuartizamientos, cuchilladas, tajos y amputaciones. Un auténtico placer. Las batallas, rodadas con ritmo frenético, pero sin llegar a marear en ningún momento, suponen una orgía gore, más cercana al fantástico, que al film histórico.

Los personajes se definen con un solo trazo. Tenemos al personaje lujurioso (siempre es un placer ver a Jason Fleyming), al delincuente salvaje, al joven idealista que aún no conoce los horrores de la guerra, el noble líder al que siguen fielmente sus guerreros, etc. Todo muy típico, pero tremendamente acertado. No hay que llevarse a engaño, Templario, es una serie B, al igual que lo era Centurión, y en esas coordenadas, el film triunfa y hace disfrutar al espectador.

El reparto, ajustado, con un James Purefoy, que parece destinado a encasillarse en papeles de semblante serio, pocas palabras y demonios internos, como en la reciente Solomon Kane. Por su parte, Brian Cox y Paul Giamatti representan las dos caras más conocidas del reparto. Del primero poco puede decirse, un secundario que hace creíble cualquier papel. Paul Giamatti es una máquina, da igual el papel que le des. En Templario, cuando lo ves por vez primera, piensas en lo desubicado que se encuentra en el proyecto, pero secuencia a secuencia, te va ganando, y terminas por creertelo completamente, alcanzando el cenit es la escena de la mutilación,  a pesar de ese pelazo que le han plantado.

Sobra una historia de amor que no viene a cuento, pero podemos perdonar ese pequeño fallo, a una propuesta simple, sin florituras y cargada de adrenalina, suciedad y sangre, mucha sangre. Así da gusto que te den clases de historia.

Lo mejor: La crudeza de las batallas
Lo peor: La historia de amor
publicado por Alberto Zamora López el 21 julio, 2011

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