Midnight in paris
A Woody Allen le suele sentar bien Europa. Se nota que está cómodo aquí, siente que los culturetas europeos le valoramos más que sus compatriotas, y como regalo nos obsequia con películas buenas (salvo en el sospechoso caso de Vicky Cristina Barcelona, cómo me molaría que se desquitara del patinazo con una peli en Madrid…). Lo hizo en Londres en varias ocasiones y ahora lo ha hecho con París. Woody, gracias por Midnight in París.La peli presenta un planteamiento típico de Allen: relaciones interpersonales basadas en conflictos ideológicos y morales construidas a partir de diálogos rápidos, vivaces, inteligentes. Esa parte el neoyorquino la domina, y lo demuestra con creces. Es estupendo ver cómo Owen Wilson, recogiendo un papel tantas veces interpretado por el propio Woody, replica a su superficial prometida Rachel MacAdams, a sus retrógrados suegros (qué grande ese "Saludos a Trotsky"…) y al pedante interpretado con gracia y encanto por Michael Sheen. Destaquemos que esta parte de la película sucede durante los días, es lo que llamaremos la zona diurna del film.
Pero, aunque esa zona diurna es francamente buena, es la zona nocturna de la producción la que seduce al espectador. Cuando dan las doce campanadas de la medianoche, el escritor encarnado por Wilson se encarama a un coche de principios del siglo XX para compartir fiestas, veladas, copas, bailes, conversaciones y desvelos con lo más granado de la cultura occidental de la época bohemia parisina. Las aventuras que el protagonista corre al lado de individuos como Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Pablo Picasso, Gertrude Stein, Salvador Dalí, Man Ray o Luis Buñuel.
En esta película el humor inteligente alcanza un nuevo estadio, lo que podríamos denominar el humor erudito. Porque es una delicia ver cómo Allen se ríe de la virilidad belicosa de Hemingway ("¡quién quiere pelea!"), de la actitud ñoña de Picasso, de las reticencias de Buñuel ante el argumento de su futura El ángel exterminador ("pero, ¿por qué no salen?"), del personaje creado para sí mismo por Dalí (impagable y breve interpretación de Adrien Brody, me la juego, será candidato a algún premio…) y de la vida bohemia en general.
Pero lo que resulta magistral es ver cómo Woody Allen, en un contexto nuevamente cómico (muy cómico…), excéntrico y en apariencia liviano, logra introducir su pesimismo vital. Cómo no deja de referirse a la inadaptación de algunos (entre ellos él mismo) al tiempo que les ha tocado vivir, y lo amargo que resulta rememorar unos tiempos pasados que siempre se evocan como mejores pero que nunca podrán disfrutarse. Por eso, Allen se sirve del cine para purgar esa mente neurótica y ese espíritu divertidamente derrotado que le caracteriza. Y ese hibridación de preocupaciones vitales y estéticas es propia de los más grandes.
Para los que admiráis y seguís a Woody Allen: no os podéis perder esta peli. Para los que os la suda Woody Allen: no os la perdáis, porque es un rato de muy buen cine plagado de risas, de iconoclastia y de ironía y mala hostia. En fin, una gozada. Y encima sale Marion Cotillard…Joder, ¿qué más se puede pedir?