La resistencia de los muertos (survival of the dead.)
Llevo unos días visionando infumables películas de terror. Y digo terror, estado psicológico que es ajeno a toda esta caterva de producciones basadas en refritos de tópicos y sustos a golpe de sonido que he visto.
Pero cuando menos me lo esperaba di con esta pequeña joya de título rocambolesco: La resistencia de los muertos. Y la verdad, no confiaba en que fuera a gustarme, habida cuenta de la inabarcable invasión de producciones que nos han llovido encima esta última década y que tratan sobre el manido tema de los virus que convierten a los humanos en zombis de ojos rojos que se caen a cachos. El filón de oro lo abrió, básicamente, la notable 28 días después y, como digo, le siguió un montón de obras a cual más pésima.
La resistencia de los muertos puede verse con agrado y hasta con pasión. El argumento, afín a la temática de los virus, pandemias y zombis, se centra en un grupito de militares que pulula en un mundo infestado de los susodichos monstruos. En determinado momento se encontrarán con un veterano superviviente que les guiará hasta su tierra natal, una pequeña y remota isla. Pero en este lugar, no sólo tendrán que hacer frente a los zombis sino también a un grupúsculo de hombres con ideas bien distintas a las suyas.
Película muy bien construida, amena, que logra que te la creas. Consigue construir un clima opresor, solitario y decadente que casa perfectamente con lo que deben aportar las cintas pertenecientes a este género. La obra no fue muy bien acogida por numerosos críticos y por un público corrompido por las películas fáciles de zombis, películas con mucha sangre, poca credibilidad, nulo clímax, argumentos delirantes y estructura de pena; en otras palabras: Resident Evil. De hecho, romero (creador de la fundacional La noche de los muertos vivientes, de 1968) da una lección magistral sobre cómo rodar una obra de terror. Ante todo, debe crearse un clima. Antes de llegar al susto, al terror, al golpe de sonido, a los efectos especiales, lo que hay que procurar es que dotar a la obra de un clima. Sin eso, no tenemos nada. O, a lo sumo, tendremos terror japonés, alimento de los púberes poco exigentes con el miedo.
El clima es la armonía sobre la que discurre la melodía. Y una buena armonía es invisible, no notamos que está ahí, con sus bajos, sus oboes y sus platillos, pero efectivamente está ahí y es crucial para dar sustento a la melodía, que es lo único que los oídos poco entrenados saben escuchar. El cine de hoy se hace muchas veces sin bajos, es decir, sin armonía. O sea, sin clima. Y eso es así porque los oídos del gran público sólo quieren oír la melodía del primer término. Cuanto más estridente y simplona, mejor. Lamentablemente para este público, La resistencia de los muertos es pura ARMONÍA.