127 horas (127 hours)
Aaron Ralston es el protagonista único de esta película. Se levanta muy temprano para ir de excursión a las montañas de Colorado. Tan temprano, de hecho, que sale la noche anterior. A la hora de empezar, sujeta su cámara de video a la bicicleta para poder grabarse mientras pedalea. Lo hace de forma que en la imagen sólo aparece su cara y el cielo. Y es lo que pretende.
Aaron Ralston se tiene en mucha estima a sí mismo. Cree que lo puede solucionar todo sin la ayuda de nadie. Le gusta hacerse el héroe, pero no lo es. Y seguramente no lo hubiese sido si no es por resbalar, caer en una grieta y quedar con la mano atrapada por una roca. Aquí empieza la angustiosa y absorbente historia que ha elegido Danny Boyle (Trainspotting, 28 días después, La Playa…) después de haber ganado ocho Oscars con Slumdog Millionaire. Os aseguro que si la ha elegido es por algo.
Si tenemos en cuenta que el protagonista no puede moverse no podemos decir que sea un film de acción. Tampoco está enfocado como una carrera contra el tiempo, a pesar del eslogan “cada segundo cuenta”. 127 Horas es una sobrecogedora historia de agonía y aprendizaje de un hombre llevado al límite. Si quieres ir a verla sin saber nada más del argumento, no leas más allá de este párrafo, pero creo sinceramente que conocer el final ayuda a disfrutar mucho más la película. Al fin y al cabo está basado en una historia real de la que muchos conocen el desenlace. Sea como sea, no te la pierdas.
127 horas es el tiempo que pasa desde que Aaron se queda atrapado hasta que se convence de que nadie va a acudir en su ayuda y la única manera de salir es intentar amputarse el brazo. Durante ese tiempo, Boyle consigue captar la evolución del personaje, sus intentos de escapar y sus frustraciones. Su estado anímico y su locura (como la tensión del film, cada vez más extremas) crecen de manera constante y sofocante hasta el final, que nosotros sabemos es tan terrorífico como inevitable.
James Franco, por su parte, está espectacular. Tiene un papel muy exigente que interpreta con maestría, y de su mano vamos pasando por el examen de conciencia que hace el hombre al encontrarse ante el abismo. Negación, rabia, regateo, depresión, aceptación. Las fases del moribundo, como lo llaman los psicólogos, son una herramienta de las tantas que usa Boyle para hacernos entrar en el cuerpo y la mente de Aaron. El talento de director y actor queda plasmado al conseguir eso casi sin salir de la grieta.Muy adecuado el uso de elementos musicales, algo ya habitual en las películas de Boyle. Y pasmosa la habilidad del director para hacernos sentir DOLOR con mayúsculas con un formato, el cine, que sólo nos entra por el ojo y el oído. Quizás el uso de las imágenes partidas o algún flashback que tiene Aaron cuando se le va la olla estén de más, pero no empañan la que es sin duda una de las mejores películas del año.
No esperes para verla. Cada segundo cuenta.