Subproducto español de los setenta, para asustar a los niños, dotado de efectos especiales muy malos y diálogos de una evidencia insultante. Para el lucimiento del estelar friquismo de Paul Naschy.

★★☆☆☆ Mediocre

La maldición de la bestia (la maldición de la bestia)

El antropólogo Waldemar emprende una expedición al Tíbet para encontrar al Yeti, o Abominable hombre de las nieves. Sin ambargo, termina perdido en unas cuevas donde es mordido por una mujer-lobo. A causa de este ataque, él también se convierte en un licántropo que se metamorfosea cada vez que hay luna llena.

Producto de serie B, parido por Miguel Iglesias, y cuyo máximo mérito es el que encontramos si lo contextualizamos en la España cutre de los setenta, momento en el que en este país no se apostaba ni un mal duro por el cine fantástico. Lidiando contra la estrechez económica de esta industria menospreciada, el dúo Iglesias-Paul Naschy sacan adelante esta delirante historia. Historia que mezcla, como era habitual entonces, dos géneros, el terror y el erotismo. Así, las hermosas cautivas del templo del malvado Kang-Kang, se aparecen mostrando el culo o las temblorosas tetas cuando la situación lo requería. O aunque no lo requiriera.

A destacar positivamente la fotografía, con bosques vaporosos y casitas vetustas que otorgan al filme una inquietante atmósfera en algunos momentos. Aunque, para inquietarnos, quién mejor que Silvia Solar, la actriz que encarna a la sádica Vandesa. Ésta protagoniza una escena algo bizarra. Las prisioneras son atadas en cruces de madera y Vandesa, sonrisa en boca, las desolla vivas con un cuchillo. La piel que les es arrancada de la espalda, se coloca, a modo de cura pseudoclínica sobre la misma zona anatómica del susudicho Kang-Kang.

A parte de los irrisorios efectos especiales (con sangre de risa, cuchillos de broma y cabelleras arrancadas que visiblemente son pelucas con forro de plástico), son lamentables las peleas, diríase que improvisadas y, en especial, los diálogos de besugo, dotados de una evidencia insultante. De hecho, todo el filme sería insultante si no lo encaráramos advertidos de lo que realmente hacía disfrutar a este excampeón de la halterofilia que era Jacinto Molina (Paul Naschy). A saber, sumergerse en personajes de dudoso calado psicológico y poderosa sobreactuación.

publicado por Francesc Canals Naylor el 19 enero, 2011

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