Guerra y paz (voyna i mir)
Estamos ante una de las películas más espectaculares que se hayan visto en una pantalla de cine. No es una versión más de la novela épica por excelencia; es La Versión, con mayúsculas, del libro de Tolstoi. Podríamos decir que se convierte en una alternativa artística a la obra literaria. De tan enormes proporciones como el original escrito; y no solo por la duración —más de siete horas según las versiones— sino por la ambición al plasmar en imágenes lo narrado por el escritor y recrear con rigurosidad, precisión y amplitud los hechos históricos que allí se recuerdan.La trama es conocida: Bondarchuk sigue a Tolstoi cuando mezcla los amores y desamores de los integrantes de tres familias rusas con las batallas de Austerlitz, Borodinó y el incendio de Moscú. Con la amenaza de la aproximación de Napoleón a Rusia, con la certeza de la invasión, después de sendas victorias francesas, y con la alegría de la posterior derrota del invasor, transcurre la vida de los Bezhukov, los Rostov y los Bolkonsky. De los tres clanes, son protagonistas Pierre Bezhukov (interpretado por el propio director), casado con Helena, una mujer libertina a la que terminará odiando; Natasha Rostov, una joven de diecisiete años que ve la vida como un juego, pero que pronto aprenderá lo amarga que puede llegar a ser; y el príncipe Andrei Bolkonsky, del ejército ruso, directamente implicado en las batallas, también casado con una mujer no deseada. La evolución de los tres personajes, y la de sus familias, será acelerada a causa del cruento conflicto. Una guerra de la que depende la supervivencia de la propia Rusia.
Para estar a la altura de la historia, Bondarchuk dispone de un presupuesto astronómico (uno de los mayores de la historia del cine) y tarda cinco años en rodar la película. Los resultados no pueden ser mejores; en todos los aspectos. Por supuesto, la ambientación, la música, el vestuario, los efectos de las batallas, los miles de extras provenientes del ejército de la Unión Soviética, etc. son los que se esperan de una producción de estas proporciones; pero lo que realmente la lleva a ser una obra maestra es la manera de fotografiar todo este despliegue.

El realizador ruso vuela con la cámara. Lo hace al expresar los pensamientos de aquellos que van a morir, y divisan el cielo y las nubes como único consuelo. Pero también levanta su punto de vista, cuando observa gracias a planos cenitales las tropas en combate; las parejas de baile; o los participantes en la cacería del lobo. Emplea grandes angulares para distorsionar la imagen en las secuencias oníricas; o para no perder detalle en las larguísimas escenas bélicas, como aquellas en las que decenas de caballos cabalgan sin rumbo después de haber perdido a su jinete. Mueve la cámara de forma errática y violenta, si ese es el estado de ánimo del personaje; se luce con planos secuencia, si los habitantes de una mansión atraviesan habitaciones, o si el propio Zar se presenta en un salón de baile; hasta consigue, en un alarde técnico pocas veces visto, que el objetivo llore cuando a los actores, a punto de saltarles las lágrimas, les brillan los ojos.
Esta sensibilidad extrema, que demuestra Bondarchuk, también sale a relucir en los encuadres estáticos. Allí, el espectador siente la narración como la tuvo que sentir el propio Tolstoi cuando escribía. Son escenas que contienen planos detalles del agua saliendo de una fuente, de alguien tocando la balalaica, o de la noche estrellada. Todas acompañan a los protagonistas en silencio; y al espectador, que se recrea con ellas.

Además, el director se adorna con una puesta en escena pictórica y fiel a la mejor tradición del cine soviético. Aquí, nos acordamos de otros cineastas. En concreto de Eisenstein y su obsesión por la verticalidad (véase la excelente Iván el Terrible). Bondarchuk sigue al maestro cuando emplea planos en ligero contrapicado que, sumados a la altura de los actores, a las facciones estilizadas de estos (el perfil griego de Andrei, por ejemplo), y a los elementos del decorado como lanzas o columnas, dan ese tono vertical de tanta belleza plástica.
Puede que alguien opine que la reseña parece incompleta al no hacer comparaciones con otras adaptaciones (tenemos en mente la película de King Vidor), y posiblemente tenga razón. En realidad hemos pensado hacerlo, pero pronto desechamos esa idea: la distancia entre una y otra es tan grande —a favor de la cinta de Bondarchuk— que no merece la pena.

Para terminar, una recomendación a los que no hayan visto esta película ganadora del Oscar a la mejor cinta extranjera: no deje que le agobie su larga duración —ya hemos dicho que es del orden de las siete horas—, hágase con la versión en cuatro partes (“Austerlitz, “Natasha Rostov”, “La Batalla de Borodinó” y “El Incendio de Moscú”) y vea, tranquilamente, una cada día. Les aseguramos que no se arrepentirá.