Wall street: el dinero nunca duerme
“No se trata de dinero, se trata de jugar”, de saber jugar, esa es una de las consignas de la última película de Oliver Stone, una secuela innecesaria de Wall Street (1987). Y efectivamente, se trata de jugar con el espectador, de venderte una película sofisticada acerca del mundo de las finanzas y de la catástrofe bancaria, una crítica de cómo el mundo es dominado por los bancos y los ricos son cada vez más ricos, del sueño americano, del renacer de un perdedor, atiborra al espectador con terminología barata: burbuja inmobiliaria, especulación, índices económicos, y al final, estamos ante una mediocre historia de amor protagonizada por un Shia Labeouf al que le quedan mejor las películas de acción sin corbata y portafolio y un siempre soberbio Michael Douglas que se sabe de memoria el papel de Gordon Gekko, el paradigma de la ambición y la codicia capitalista. Salvo algunos recursos técnicos y la excelente banda sonora de David Byrne, la película se hace aburrida, lenta y repetitiva, sus personajes se adormecen en diálogos que no se entienden (poco brillantes) y salvo la caracterización de Michael Douglas, todos sobran en la película. Intentar hacer una crítica antisistémica con un guión tan mal-intencionadamente malo, no tiene sentido alguno y mucho menos cuando sale de una mente tan genial como lo es la de Oliver Stone que mostró de manera sublime las miserias de la guerra en películas como Platoon (1986) o Nacido el 4 de julio (1989) o la alienación del mundo americano en Natual born killers (1994). Una muestra innecesaria de que el dinero no lo es todo en la vida.