Vista sin prejuicios, convertida en un artefacto eminentemente lúdico, llena al espectador de nostalgia por la sesión doble y el toque setentero. Puede despistar, incomodar o incluso repeler al resto…

★★★☆☆ Buena

Machete

Hay más vida lejos de los prejuicios: la hay a beneficio de la diversión, a cuenta del placer que supone restarle trascendencia, pero todos llevamos un censor dentro, uno del tipo que saca las tijeras de la razón o del buen gusto o de la estética cuando ve a un tipo con un machete repartiendo mandobles. Eso pasa con el último atrevimiento visual de Robert Rodríguez: que un héroe de un esquematismo de juzgado de guardia, parco en palabras, escaso en registros dramáticos, investido de justiciero espídico, ocupa la pantalla y la tiñe de rojo de principio a fin.
La doble sesión Grindhouse urdida por Tarantino y el propio Rodríguez funcionaba estupendamente como un artefacto festivo, aliñado de despropositos finamente calculados: era un divertimento con conciencia de divertimento, una serie B vestida de oro (más de veinte millones de dólares de presupuesto) que se ingiere con más placer si uno renuncia al rigor y deja los prejuicios fuera del cine y se concentra en el descacharramiento, en ese a veces extraño consenso entre autor y espectador en donde se conceden licencias. Licencias excesivas, en ocasiones. Aquí las hay a tutiplén, pero no por eso se disfruta esta memorabilia de tópicos setenteros, de clichés de cine malo, de videoclub de saldo en vhs. Los temas, los gestos, las maneras, se amplifican, se estiran, se dinamitan a conveniencia: todo a mayor gloria de la hipnosis visual, de esa respetable sensación de estar regresando a algún lugar que dejamos hace veinte años. Se disfrutará menos (o no se disfrutará lo más mínimo) si el espectador no ha estado nunca en tal lugar. De hecho, a lo oído, a lo leído, el público está en esos dos frentes: o se la adora o se detesta. El término medio, valioso en ocasiones, huelga.
Este producto de derribo no ofende al sibarita del séptimo arte: impone una manera distinta del disfrute cinematográfico, huérfana de academicismos, lejos de cualquier acercamiento riguroso, exenta de dobleces, limpia, sin contaminar por el discurso esteticista. Cero esteticismo, cero doblez: aquí hay violencia a raudales, erotismo de baja intensidad, chabacanería servida con exquisita vocación transgresora. Todo muy primario, todo muy disfrutable.
Esta mitificación trash del cine de saldo, de la serie B casposa, del gore menos extremo, exploitation high-end, se esfuerza zafiamente de exhibir un discurso social, pero sólo induce al bochorno. Rodríguez se arma de valor y se coloca el disfraz de defensor de los aliens ilegales, de los mejicanitos que cruzan la frontera y caen en la travesía o caen después, explotados en la tierra prometida, convertidos en zombis, en carne apaleada.
Comprometer en este desquiciamiento a Robert de Niro, Steven Seagal, Don Johnson o Jeff Fahey es una evidencia del mainstream de tufillo pecuniario que lo embadurna todo. Nosotros a lo nuestro, amigos: a ver cine como se debería ver de vez en cuando. A no pensar, a no sentir, a no crecer. Pasen, vean, déjense.

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Lo mejor: Su absoluta falta de pudor
Lo peor: Que no es capaz de ir más allá y se recrea en los tópicos, sin conseguir unalectura más cinematográfica...
publicado por Emilio Calvo de Mora el 14 octubre, 2010

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