Amador
Quizás sean La vida y la muerte las dos condiciones del ser humano más trabajadas por la literatura y el cine, serían muchos los ejemplos de obras maestras que se han elaborado, como muchos, también, los fracasos y los malos intentos de dar lecciones de humanidad de múltiples artistas. Pues este es el caso de “Amador” la última película de Fernando León de Aranoa, que en su intento de crear una fabula sobra la construcción de la vida a través de la muerte, cae en tópicos y diálogos superfluos (que parecen para niños) y no desarrolla nada más, que una simple anécdota tragicómica.
“Amador” retrata la vida de Marcela (Magaly Solier), una inmigrante con tres meses de embarazo que vive en esa Madrid invisible que trata de ganarse la vida vendiendo flores al lado de un novio al que no quiere del todo y que por cuestiones económicas, termina trabajando como cuidandera de un viejo ya a punto de morir; allí empieza esta historia que cae en falsos diálogos que intentan ser jocosos y trascendentales a la vez, pero que al final terminan siendo simples chistes malos y metáforas de superación. La película se hace aburrida cuando vemos a Marcela pasearse de su barrio a la parada del bus y de allí a la casa del viejo durante más de hora y media, en una serie de juegos secuenciales, el uno igual al otro, más bien lentos, acompañados de una actuación casi mímica de la protagonista anegada de pausas y miradas tristes antes de hablar o de elaborar alguna acción, como de niña de 11 años recién regañada (puede llegar a ser desesperante).
Sin embargo el director, que concibió obras preciosas sobre la niñez y la soledad como "Barrio" (1998) o "Los lunes al sol" (2002), hace lo que puede con su propio guión; y se nota su esfuerzo, en planos valiosos y en su inocente manera de querer hacernos entender que detrás de la muerte siempre se esconde ese telón, a manera de rompecabezas, que es la vida.