Los mercenarios
He aquí, la quintaesencia del guilty pleasure, un termino yanqui que aplicado al cine viene a contextualizar el placer culposo que un avezado aficionado al séptimo arte, como lo es quien esto escribe, siente al disfrutar una película que en toda su dimensión de ser y como obra cinematográfica es solo un acumulado de lugares comunes, estereotipos y mediocridad argumental; todos los ingredientes que hicieron grande al cine de acción de los 80s.Como al final de esta opinión calificaré esta cinta, cual juez imparcial aunque no del todo convencido, con un “BUENA”, explicaré entonces el porque de esta calificación.“Los mercenarios” es ante todo, una estupenda película de acción. Propone desde el vamos, un vertiginoso paseo a los límites de la coherencia y el buen gusto, sin escatimar jamás una bala, un chorro de sangre, una explosión, una amputación, ni nada de aquello que puede sumar a este torbellino de violencia sobreexpuesta. Y aún potenciada, parcialmente, en las nuevas tecnologías, en el CGI, en despliegues acrobáticos y coreográficos más “a lo actual”, esta cinta de acción hecha para despedir una época es un apabullante espectáculo en el que convergen la furia y el afecto por el género.El argumento, el leit motiv de la trama, es en todo caso: indiferente. Un grupo de veteranos de otras guerras ó, lo que es lo mismo, veteranos del cine de acción de otras pelis allá lejos y hace tiempo (el mismo Sly, Jason Statham, Jet Li, Dolph Lundgren, Randy Couture, Terry Crews y Mickey Rourke), conforman un team de mercenarios, ultra violentos, que a diferencia de otros exponen un atisbo de sentimientos, cuando no, sentimentalismo meloso resultante de sus experiencias, supongo. Después de una escena que nos presenta las habilidades del comando, y otra que nos muestra el taller que funciona como una especie de punto de encuentro, centro de logística y operatividad donde se reúnen estos jubilados, devenidos en motoqueros y aficionados a los tatoos, pasamos a la de la reunión entre los monstruos sagrados en un guiño más melancólico que gracioso. Si, en un mismo lugar, una misma escena, Sly-Arnold-Willis, se encuentran para que el último le ofrezca a los primeros una misión casi suicida. Sly la acepta. Y con sus gansos salvajes, parte rumbo a un país bananero, sudaca, con el fin de librarlo de su déspota y totalitario presidente (David Zayas) y el socio yanqui (Eric Roberts) que secundado por criminales de grueso calibre (Gary Daniels, Steve Austin), planea convertirlo en paraíso del cultivo de coca. Lo que parece ser una tarea de relevancia ordinaria, se convierte en una misión de decencia, personal, cuando el personaje de Sly se conmueve ante la situación de sometimiento del pueblo, y en especial, ante una especie de representante libertaria, la belleza latina de Sandra (Giselle Itié), que en una castrista apología resulta ser hija del dictador. La chica es tomada prisionera y Sly, en un arranque furibundo, planea el rescate explosivo y la liberación definitiva del pequeño país.Ver este acumulado de action heroes de otros tiempos, sabiendo lo grandes que están, y aún así reconocerles frescura y cuerda para rato, es cuanto menos conmovedor. El problema con la crítica cinematográfica es que suele ampararse en parámetros que no son funcionales a ciertos géneros. En este contexto sería ilógico comparar “Los mercenarios” con, por ejemplo, “Howard’s End” de Ivory. Pero no, hacerlo con todos esos productos similares de otros y estos tiempos, como lo serían (más ejemplos) “Delta Force” y la reciente “Equipo A”, a las que supera sentidamente.“Los mercenarios” es una buena cinta en toda su dimensión, porque más allá de su argumento arrastrado, es una ejemplar reactualización que bebe de las nobles fuentes de un cine endemoniadamente iconoclasta; de un género subestimado, caro a los cinéfilos, recuperador de un estilo de películas promotoras de nuestras babas pochocleras.Si la funcionalidad de este filme es el de una despedida sentida, pues, será una larga, ya que se planea una secuela. Para la continuación quedarán Chuck Norris, Steven Segal, Van Damme, Mr. T, y otros tantos. Para el hoy, la sensación, una buena, de que los viejos maestros de este cine arbitrario, no olvidaron las viejas y estimables formulas. Y, que aún les quedan bríos para sorprendernos con una misión más.Lo mejor: la autoestima que Stallone le impregna a
Lo peor: algunos baches narrativos, que para el caso ni importan