El amante

“No había imaginado en absoluto que pudiera producirse la muerte del chino, la muerte de su cuerpo, de su piel, de su sexo, de sus manos. Durante un año reencontré los tiempos de la travesía del Mekong en el transbordador de Vinh-Long”. – Marguerite Duras – Párrafo del prólogo de la novela “El amante de la China del norte” para la reedición de  1991 Marguerite Duras/ la escritora/ la voz omnipresente de Jean Moreau, como aquella otra Marguerite (una más joven) en la “Hiroshima mon amour” de Resnais, cuyo guión escribiera la misma Marguerite… todas una, todas ella, y tantas margaritas hacen de esta remembranza un jardín… un cálido jardín.No es ella, Marguerite. Juguemos a que no lo es; no, la joven colegiala francesa (Jane March), embebida en esos paisajes indochinos, primitivos y aldeanos; aunque, si, lo sea. Adolescente: porque adolece de esa exótica belleza que exhala en forma de erótico y húmedo aliento; a través de sus labios carnosos, de su frágil humanidad, de sus pechos pequeños y perfectos, de sus caderas ardientes, de su pubis virginal, de su todo perturbador. Adolescente: porque causa dolor al que la ve y la desea a primera vista. Como el hombre chino (Tony Leung), el adinerado, el ocasional acompañante, aquel que la invita a acompañarlo en su lujoso automóvil modelo treinta y tantos, mientras cruzan el río, sentados en el asiento trasero, rozando sus manos unas con otras, inquietos, sobre una barcaza… de Indochina a Saigón. La cita se hace, tácita. El chino la busca, la recoge puertas afueras del internado. La conduce a esa habitación furtiva dispuesta para el amor. La carne niña se rebela y explota, explora, conoce, adhiere; los jugos; las superficies; las pieles distintas se hacen una y los universos genitales se complementan. La niña se deja satisfacer y sus gemidos son hieráticos, placenteramente: dolorosos. El placer supera el dolor y nada más importa. La niña blanca, francesa, y su amante chino.Pero, él y todo su dinero y toda su europea educación no alcanzan. Es inferior. La familia de la joven lo tolera, apenas; sus hermanos, su madre, lo soportan, solo porque es una cascada de billetes esa (su) cartera de cuero fino, la que (él) extrae del bolsillo de su elegante pantalón, cuando paga la cena, las borracheras, los meneos, el fox-trot. La humillación es grande y el pobre chino rico, también… tolera. De vuelta a la habitación, al encierro de los amantes, el hombre la golpea y la somete y la niña lo recibe en si, con locas ansias, con inocente sadomasoquismo, con ingenua lujuria no menos extrema.Finalmente, el chino se entrega a sus tradiciones, en la que no hay lugar para una niña francesa. Pero, ¿acaso se trata de amor? ¿Solo de carne? La pasión irrefrenable, las mieles del placer, los cuerpos sudados. Confundidos, los sentimientos se hacen vulnerables. La niña debe irse, debe huir a Francia, debe alejar su cuerpo del otro; escapar de los labios masculinos que la recorrieron, que la allanaron, que la cubrieron de zumo; escapar del sexo que la hizo estallar en mil pedazos; escapar del ser que hizo mella en su inocente corazón. Escapar, sin poder hacerlo.Todo está en ella, en sus ojos, en sus labios y en su mente; las huellas ardientes. El placer perdura en la memoria de su cuerpo (todo), igual: el amor. Marguerite Duras escribió en albores de los ochenta esta autobiografía. En ella novelizó una confesión de décadas, una historia de amor inolvidable, de entrega, de seducción. Su pequeña gran historia de amor de adolescente francesa en la ex Indochina, hoy Vietnam, de la década del treinta. La escritora describió, en escenas puntuales y tan cinematográficas como eran posibles, conocedora de tal lenguaje y dueña de una prosa riquísima en la aplicación de detalles, su relación con un hombre mayor, adinerado, nativo del lugar. Pero, a la esencia del erotismo circundante, la envolvió en un manto sutil de lirismo. Un tratado de amor dual: ardor encapullado (delicadamente) en poesía.Casi una década después, en 1989, apareció en escena el tercero en discordia. El prestigioso realizador francés Jean-Jacques Annaud encaró el proyecto “El amante” (L’amant, The Lover) como un desafío para los sentidos. Exteriorizó a partir de la esencia de la novela, toda la lujuriosa y perversa sensualidad escondida en el relato. Hizo carne lo sugerido por Duras y despertó su ira. La escritora entendió la adaptación como exaltación de la pornografía: la (oportuna) mala interpretación de una historia de amantes separados por la diferencia. Annaud, conocedor a ultranza de esos códigos prosaicos, de esos deseos transfigurados en memorias adyacentes, penetró más allá en la intimidad de “El amante de la China del norte”. Annaud, extrajo el material humano, exponiendo a la mujer enamorada, enclavada en el tiempo como resultado del amor suspendido. Tornó todo ese poderoso lirismo en una oda sensual, explícita, conmovedoramente tierna y desgarradora. Annaud convirtió las confesiones de Duras, en un tratado de amor irrevocable, en una pieza contemplativa e inquietante sobre las posibilidades del no olvido de aquellas sensaciones que los amantes marcan a fuego en sus cuerpos y, lo aún más descorazonador, en sus almas.El amante” se reformuló así en otra obra, tan evocativa como aquella novela. A la belleza impetuosa de la poesía del escrito de Duras, Annaud le anexó la sensibilidad de su expresividad visual; le adhirió su interpretación carnal. Y así, traicionándola, le otorgó carne a lo que escrito era un manifiesto espiritual del amor eterno.
Lo mejor: Que exista.
Lo peor: Que ya no sucedan, en este mundo impersonal, historias de amor tan movilizadoras.
publicado por Sergio A. Villanueva el 19 agosto, 2010

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