La gran revancha
Abby y Loren son dos hermanos, hijos de un importante militar, que siendo aún adolescentes se quedan huérfanos, viéndose obligados a mudarse a Florida, donde vivirán con sus tíos, que regentan un modesto parque de atracciones. Al principio, las cosas marchan bien y ambos jóvenes son populares en su instituto. Pero las cosas empeoran cuando Dutra y su banda de matones, se encaprichan de Abby, algo que su hermano no puede tolerar.
Aunque Sean S. Cunningham siempre ha estado asociado a la saga Viernes 13 (Friday the 13th, 1980), habiendo dirigido la primera y producido el resto de la franquicia, este cineasta especializado en el terror nos ha brindado otros títulos muy interesantes, ya sea en calidad de productor, como en La última casa a la izquiera (The last house on the Lefth, Wes Craven, 1972), o como director, siendo éste último el caso que nos ocupa.
Viendo el exitazo que estaba cosechando la famosa saga del asesino con la máscara de portero de hockey, Cunningham se lanzó de nuevo a la dirección, para ofrecer un refrescante título de cine de verano, aunando el desasosiego característico de Viernes 13 y la ligereza de los títulos de adolescentes tan populares en aquellas fechas, surgiendo una cinta que, sin llegar a ser memorable, resulta simpática, entretenida y alberga algunos momentos logrados.
El argumento es bastante simple, pero la película pide que así sea, para que pronto nos veamos inmersos en la cruenta guerra que se libra entre los hermanos que se cambian de ciudad, y los malotes del lugar, que tienen atemorizados a todos y se dedican a pasar droga. Todos les odian, mas nadie se atreve a enfrentarse a ellos, hasta que llega Loren, que ha recibido una severa educación militar, por lo que no se queda parado ante los abusos cometidos por Dutra (un convincente y malísimo James Spader).
Todo se basa en una sucesión de ataques entre ambos (uno raya el coche del otro, pues el otro le quita el dinero para pagar la reparación, después se pelean, pues le sigue una nueva lucha…), pero todo con bastante ritmo, logrando que nos sintamos muy identificados con el sufrimiento de los hermanos, que se han quedado sin padres y encima tienen que lidiar con las amenazas del grupo de villanos de turno.
Lo más memorable son las peleas entre el protagonista y dos de los matones, así como el final en el parque de atracciones, donde sale a la luz toda la rabia contenida, en una batalla campal entre los hermanos y el resto. La tensión es grande y nos ponemos del lado de los buenos, ya que durante todo el metraje, el director logra que nos repugne la panda de maleantes, que no paran de incordiar al personal, hasta límites insanos. Y todo por culpa de la droga.
El final quizá prometía secuela, pero el filme no recaudó lo esperado, y Cunningham tomó la cámara pocas veces después, también sin demasiado éxito, lo cual no quiere decir que los productos no fueran de calidad, como es el caso de la genial película de monstruos marinos Profundidad seis (DeepStar Six, Sean S. Cunningham, 1989).Es una película muy entretenida, que capta muy bien la frustrante situación de los hermanos, y en la que sale el gran Tom Atkins. ¿Qué más se puede pedir?