Si abres esta caja de pandora, debes saber que es tu responsabilidad. El cine de horror underground es peligroso, y una de sus armas es saber manejar muy bien esa naturaleza nuestra en que lo que nos repulsa más es, a la par, lo que más nos atrae.

★★★☆☆ Buena

Imprint

Cuando crees que has visto las cosas más duras en cine, de vez en cuando llega un director como Takashi Miike para, literalmente, pisotearte la cabeza.

Este director realizó el filme para la serie Masters of Horror, iniciativa de Mick Garris en la que reúne a 13 maestros del género. El caso es que Mick debía estar algo borracho cuando le pidió a Takashi su personal aportación a la mencionada serie, dándole carta blanca para rodar lo que le saliera de su enfermiza imaginación. El controvertido director japonés no se hizo de rogar y volcó en Imprint todo su ideario: abortos salvajes, mujeres deformes, monstruos, pedofilia, fetos ahogados, abusos de toda clase y torturas despiadadas. Un alarde de retorcimiento mental sin precedentes. Evidentemente la moral norteamericana hubiera quedado más que escandalizada con semejante película, motivo por el que se decidió censurarla de inmediato.

Así pues, la obra pasa a formar parte del mito del horror censurado en determinadas geografías del planeta, un poco al estilo de la serie Guinea Pig. No obstante, la historia que cuenta Takashi se diferencia de Guinea Pig precisamente en eso, en poseer una historia. Hay argumento, buena fotografia, tensión, una trama más o menos elaborada que algunos críticos califican de excelsa. Hay, además, cierta poesía y hasta belleza en los planos cenitales y los juegos de penumbras y luces.

Para algunas personas esta cinta es el zenit del terror, la obra más espeluznante de todos los tiempos. Yo no diría tanto porque siguen en mi retina algunas escenas de la película Martyrs, escenas no superadas en brutalidad a día de hoy. Pero he de reconocer que me costó mucho terminar de ver Imprint y tuve que apretar los dientes mientras contemplaba la tortura abominable que se le aplica a la inocente chica. Esa escena no es apta ni tan siquiera para los estómagos más avezados a lo más duro del gore. Contemplar cómo una bruja pútrida clava, sonrisa dulce en la boca, unas largas agujas entre la uña y la carne de la joven prostituta, oír el sonido de la aguja abriéndose paso entre la carne, es algo humanamente asqueroso. Ríete de Holocausto Caníbal o de À l’intérieur. Y es que Imprint no es cualquier cosa, estamos hablando de cine underground, pero del verdadero, del que no persigue demostrar nada a nadie, sino que, sencillamente, muestra lo que le viene en gana y logra carbonizar las sensibilidades que ilusamente se han atrevido a acercarse demasiado a su aura pestilentemente satánica.

La atmósfera tétrica, captada con planos nítidos y líricos, se posa sobre cada minuto de la película como una niebla más podrida que los dientes de casi todos los personajes. Uno de ellos es Billy Drago, actor de extraño calado, asiduo a las producciones escabrosas y de poco presupuesto. Él encarna al personaje americano que va en busca de su añorada amada, para llevársela a América.

Película de imborrable huella de terror psicológico y gore extremo. Te estremecerá más lo que no ves que lo que ves. De igual modo, te pondrá los pelos de punta la atmósfera diabólica del filme, con las bellas meretrices hipnotizadas e incluso con un rictus de candor contemplando cómo a una compañera le son clavados punzones en las encías, entre horribles y gritos y temblores agónicos.

No apta para quienes después de ver algo semejante se enfurecen y tachan al director de demente psicópata. Takashi tiene su público y no necesita que se aproximen a su arte personas espoleadas por una leve curiosidad para que, después, el puritanismo que llevan dentro les haga querer linchar al artista que nunca forzó a nadie contemplar sus obras de ficción. Sí… Ficción. No lo olvidemos.

Si abres esta caja de pandora, debes saber que es tu responsabilidad. El cine de horror underground es peligroso, y una de sus armas predilectas es saber manejar muy bien esa naturaleza tan nuestra en que aquello que nos repulsa más es, a la par, lo que nos atrae vergonzantemente.

En cuanto a la calificación de la película, le he puesto tres estrellas, es decir: Buena. Pero también pensé en ponerle una sola estrella de pésima. Mayormente por el rechazo visceral que me produjo. Sin embargo, si lo reflexiono bien es ese mismo rechazo el que Takashi perseguía y he de reconocer que, en eso, él es un maestro y su película una privilegiada muestra de intolerable infamia.

publicado por Francesc Canals Naylor el 25 julio, 2010

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