Película veraniega entretenida que, si bien no va a pasar a los anales de la historia del cine, sí proporciona un rato de sana e inocua diversión a los acalorados espectadores

★★★☆☆ Buena

Predators

Aunque me crié en los ’80, no soy muy aficionada al cine testosterónico que tan en boga pusieron por aquella época gentes como Sylvester Stallone o Arnold Schwarzenegger, si bien en el caso de éste último he de reconocer que hay un par de películas suyas que sí me gustan (caso de las dos primeras entregas de “Terminator” o de “Conan el Bárbaro”). Así pues, cuando se anunció este remake-secuela-precuela-o-lo-que-sea de “Depredador” (1987) no me mostré demasiado interesada en él; y menos cuando se supo que el encargado de reemplazar a Chuache iba a ser Adrien Brody, un tipo tan cachas y capaz de pegarse con un predator como Woody Allen. Sin embargo, hace cosa de un mes y medio las primeras críticas parecieron indicar que se trataba de una película medio decente y me decidí a verla.

La película es entretenida, de eso no cabe duda. También es absolutamente intrascendente, y la demostración de que Adrien Brody no sirve como héroe de acción. Ya no es sólo por su físico tirillas, que los hay con esas pintas que han conseguido ser más creíbles (además de que el muchacho se ha pegado su buen machaque en el gimnasio, tal y como se encarga de demostrar en repetidas ocasiones a lo largo del metraje); es que no tiene madera de pateador de culos, lisa y llanamente. A pesar de que nos venden su personaje como un tío duro y muy chungo, la verdad es que hacer, lo que se dice hacer, no es que haga mucho. Son sus compañeros de viaje los que se parten la jeta contra los depredadores (atentos a ese guiño del productor, Robert Rodriguez, a su amiguete Tarantino y su afición por las katanas), y, en la gran pelea final contra el bicho en cuestión, su vena troglodita aparece cuando ya no hace falta. Así también me pego yo con un predator, amigo Adrien.

El resto del reparto cumple con su función de forma más o menos eficaz, componiendo un mosaico de personajes más o menos sobados pero simpáticos: el psicópata chalado, el superviviente veterano, la chica y los diferentes tópicos raciales: el hispano, el ruso, el afroamericano, el oriental. Mención aparte para Topher Grace, actor que merece mejor suerte de la que tiene habitualmente en el cine y que tiene a su cargo al elemento discordante del grupo, al que lleva con bastante más dignidad que otros de sus compañeros de reparto.

La película se beneficia de tener como productor a Robert Rodriguez, un tipo que, indudablemente, sabe lo que se hace cuando pone dinero para una película (aunque haya cometido tropelías como “Las aventuras de SharkBoy y LavaGirl”). Es él quien proporciona a “Predators” su negrísimo sentido del humor (cualquiera que conozca la filmografía del texano sabrá reconocer su toque), sus momentos-homenaje al original y su tratamiento desenfrenado de la acción -cuando la hay-. Gracias a ello, “Predators” pasa de ser uno más de esos desangelados remakes ochenteros dirigidos por realizadores europeos que buscan sitio en Hollywood (¿eh, Marcus Nispel?), a una película veraniega entretenida que, si bien no va a pasar a los anales de la historia del cine, sí proporciona un rato de sana e inocua diversión a los acalorados espectadores. Que tampoco está mal.

Lo mejor: Los homenajes al original; el momento katana; Topher Grace
Lo peor: Adrien Brody en la piel de Schwarzenegger
publicado por Judith Romero Ruiz el 25 julio, 2010

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