Pesadilla en Elm Street: el origen

… y es el refrito de Freddy. ¿Cuál Freddy? Ese… el del sombrero, el del pulóver a rayas… el que tiene el rostro quemado… ¡el guaso del guante con cuchillas! ¡Ese!, si, si… loooco. Convengamos, si hay algo incombustible en el cine fandanguero de los últimos… mmm… treinta años, y ojo que en este lapso está enmarcado todo el cine schwarzenegstallonvandammero, ese es el mítico e insuperable Freddy Kruger. Muchos sostienen que, todo zapato tiene su horma, y que todo botín chamuscado tiene la suya. El asunto es, quien lo chamusca.

Cuando Wes Craven parió la saga de terror slasher más provocativa de los ochentas, es indudable que le estaba legando a la historia del cine (en general) otro de esos personajes con destino de culto. Y no se equivocó. Lo que caracterizó a Freddy y la saga “A nightmare on Elm street” desde un principio fue su capacidad de auto parodiarse, la fuerza del personaje principal, la mística a su alrededor, la bien patente y real posibilidad que algo tan inmediato como dormir/soñar se convierta en una perturbadora experiencia de muerte. Cuando digo, personaje con fuerza, me refiero a que Freddy rompió con el estereotipo de asesino serial que había implantado el cine de género desde mediados de los setentas: tipo grande bestial oculto tras una máscara con motosierra-cuchillo-machete-tijeras de podar en manos, que no dice ni media palabra, que persigue a paso de tortuga, inconmovible, y finalmente alcanza a sus víctimas así estas sean record olímpico en 100 metros llanos. Esa torpe e ilógica súper naturalidad de los killers: Jason  Voorhees (Martes 13, Sean Cunningham, 1980), Michael Myers (Halloween, John Carpenter, 1976), Cropsy (The burning, Tony Maylam, 1981) y Leatherface/ Cara de Cuero (El loco de la motosierra, Tobe Hooper, 1974), se vio eclipsada por la macabra inteligencia de Freddy y su sarcasmo marca registrada.Con el correr de los años (y los episodios), desde el gran arranque hasta las secuelas incomibles, Freddy supo enfrentar la mediocre diversidad de guionistas y realizadores, hasta sucumbir en la poco feliz “Pesadilla 6: La muerte de Freddy” (en 3D, encima) para volver una vez más en la aceptable vuelta de tuerca: “La nueva Pesadilla de Wes Craven”. Y hasta la New Line Cinema, estudio tutor de la saga, se dio el gustito de enfrentarlo en épica batalla al desgarbado de Jason, en una de las más bizarras e interesantes comedias de terror de los últimos años: “Freddy vs. Jason”.Tanto sobrevivir e imponer un estilo para que…… en el amanecer de la segunda década del siglo XXI, en este 2010 que se me antoja propio de esas lejanas obras de ciencia ficción que leía en mi niñez, el redentor (?) de todas las sagas, Mr. Michael Bay (Bad Boys, Pearl Harbor, Transformers), después de haberle dado una nueva oportunidad de vida a las “Viernes 13” y “Masacre de Texas”, resucite a Freddy y… buaaaa!!!… como si fuera el alter ego inútil de Wes Craven en aquella televisiva “El hombre frío (Wes Craven’s Chiller, 1985)”, nos devuelva al hombrecito chamuscado de su destierro infernal con todos sus gadgets (sombrero y guante, bah) pero… sin alma. ¡¡¡Nooo!!!

Recontra frito inoportuno, esta “Pesadilla en la calle Elm” versión 2010 tiene como únicas coincidencias con “Pesadilla en lo profundo de la noche” de 1984 los personajes y la columna argumental; como diferencia tenue, el hecho de que el filme avanza centrando la acción en los personajes hasta que estos mueren y pasan el testimonio a los próximos y así, hasta que la mítica Nancy/ Rooney Mara (intentando, en vano, hacernos olvidar a la delicatessen de Heather Langenkamp), se hace cargo de la situación. Como diferencia abismal, la nueva pesadilla se aleja inconmensurablemente de su modelo por la falta de humor y por la imposibilidad de interpretar el concepto de gore sagaz y filoso para refregarnos un horror serio con pretensiones de thriller psicológico (¿un muerto, carbonizado, con cuchillas por dedos, que mata a jóvenes de una comunidad norteamericana a través de sus pesadillas, puede tomarse con seriedad?). En una decisión cuanto menos torpe, Bay, los guionistas Strick y Heisserer, y el director videoclipero Samuel Bayer confunden seriedad con oscuridad y le restan a Freddy todos los atributos que lo hicieron tan querido para los aficionados e, incluso, para los que no lo son. Sin embargo, el problema no parece ser Jackie Earle Haley (tan inidentificable como en “Watchmen”), que asume el rol del asesino dedos de cuchilla con las limitaciones que el chato guión le procura, sino que la caracterización exagerada que hace de este Freddy algo más que un cadáver cenizo carente de las posibilidades gestuales de aquel otro, le invalidan cualquier oportunidad de lucirse. Lucimiento que Craven supo aprovechar a partir de la naturalidad y el sarcasmo del genial Robert Englund. Y, he aquí el quid de la cuestión, Englund no interpretó a Freddy. Englund, en nuestras retinas, en nuestra nostalgia, en las escenas memorables de esas secuelas traídas por los pelos, en esa serie de televisión mediocre pero endemoniadamente divertida, en el conciente e inconsciente de la (autodidacta) cinefilia pop ochentera de los adictos al terror desprejuiciado: fue, es y será siempre el único posible Freddy Kruger. Y Freddy será todo, para quienes crecimos babeándonos con sus sangrientas aventuras, menos, un cadáver cenizo, extraviado en la insustancialidad de un cine moderno y trivial, que se come a sus leyendas.

Sergio A. Villanueva.-
Lo mejor: el chispeo de las cuchillas.
Lo peor: que probablemente haya continuación
publicado por Sergio A. Villanueva el 29 junio, 2010

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