Apartado de correos 1001
Siempre hemos tenido la convicción de que la superación de la eterna crisis del cine español viene de la mano del cine de género; del de calidad. Los últimos éxitos cinematográficos –aún puntuales- parecen darnos la razón. Esta corriente de opinión dista mucho de ser nueva. Ya en la posguerra, en Barcelona, un productor arriesgaba su dinero y su trabajo en pos de esa idea: Ignacio F. Iquino. Primero en Emisora Films, y más tarde con su propia productora, intentaba realizar un cine distinto al tradicional de folclore, histórico o religioso tan del agrado del régimen, y de casi nadie más.Si Iquino fue el verdadero impulsor del cine de género, con sabor a la buena serie B que se hacía en Estados Unidos, dos películas, ambas de 1950, fueron las que sirvieron de referencia a los pocos policíacos con tintes negros que se realizaron posteriormente: Brigada Criminal (del propio Iquino) y la cinta que vamos a comentar.
Apartado de Correos 1001, parte de una historia de Julio Coll y un guión de Antonio Isasi-Isasmendi (otro nombre propio del cine de género, futuro productor y director, y se puede decir que continuador de la labor de Iquino) para contar una trama con un formato muy parecido al de Brigada Criminal. En ambas cintas, los protagonistas son inspectores noveles de la policía que se enfrentan a su primer caso importante. Mientras en 1001 Conrado San Martín es un novato al que le dan la oportunidad de trabajar en un caso de asesinato, en el largometraje de Iquino es José Suárez el agente recién salido de la Academia que también aspira a resolver un delito mayor. Ambos son supervisados por inspectores experimentados que seguirán su labor muy de cerca. También, en las dos cintas, una mujer es la clave de todo el misterio, que además se enamorará inevitablemente del flamante detective.

La diferencia fundamental entre Apartado de Correos 1001 y Brigada Criminal es que la primera desarrolla la trama -y la resuelve- más como un thriller que como una película negra. Una diferencia que no supone ninguna merma en su calidad, más bien todo lo contrario cuando dos de las secuencias rodadas pueden ser de lo mejor de toda la década: el director, Julio Salvador, emula a Hitchcock -pero, ojo, un año antes de Extraños en un tren– y presenta la escena del partido de frontón donde las miradas de victima, detective y asesino se cruzan, mientras el público permanece ajeno al drama moviendo sus cabezas al compás de la pelota; y la de la persecución final en una atracción de feria, con una conclusión espectacular. Esta demostración de habilidad por parte de Salvador, y de Isasi-Isasmendi que también se ocupa del montaje, hacen que Apartado de Correos 1001 se sitúe muy arriba en nuestro cine clásico.