Un honesto y afable film que habla de los derechos humanos y la soledad en un entorno inhóspito que ofrece una alejada isla al sur del mundo.
La frontera
Hay películas de no muy alta sofisticación técnica pero el solo hecho de mostrar tal honestidad filmica se palpa en comunicar algo relacionado con los derechos fundamentales de lo seres humanos no se puede dejar pasar. Tal como en otra cinta chilena, “La fiebre del loco” de Andrés Wood, “La Frontera” de Ricardo Larrain, sitúa la acción de sus personajes en una lejana isla del sur del continente sudamericano, donde un profesor de matemáticas esta relegado por la policía por haber simpatizado con un documento en contra de los abusos a los derechos humanos. El no mato a nadie, no tiro bombas, ni piedras, solo emitió su opinión y punto. Ello bastaba para estar en contra del régimen impuesto por Augusto Pinochet entre los años 1973 y 1988 en Chile. El profesor verá desfilar a una serie de entrañables personajes detenidos en el tiempo y espacio, como el buzo con sus teorías acerca de un maremoto, el español que ha perdido la razón, su hija que es una española que pareciese escondida de algo y la propia isla que cobra vida consumiendo y mimetizando de a poco al profesor de matemáticas que lucha contra es sistema y la injusticia. La película sacada adelante con puro esfuerzo representa en parte en sino de los tiempos que vivía este país criticando la pasada dictadura y sistema y dando algunos grados de esperanza para salir adelante como nación en un bello paisaje simbolizando la esperanza de un mejor mañana. Hay momentos inolvidables como la celebrada escena de los hombres bailando, los paseos por los lagos o las mujeres autóctonas de la zona. También el maremoto rodado con absoluta austeridad pero sin envidiarle su efecto en quién la ve a pesar de lo austero. La frontera a pesar de sus economía el año 1992 de alzó con el Oso de Plata conseguido en el Festival de Berlín y muchos otros premio convirtiéndose un hito por ese entonces en el austral país.