Giulietta de los espíritus
Giulietta de los Espíritus no es de las cintas más aclamadas del realizador, ni por público -aunque a nosotros nos encanta- ni por crítica, pero nadie discute su trascendencia a la hora de analizar toda la obra de Fellini. Seguramente por ser la primera vez que el cineasta se enfrentaba al color y, sobre todo, por el alejamiento definitivo de la realidad ya iniciado en el corto de la película colectiva Boccaccio ‘70. Es el comienzo de una etapa que ya no abandonará, el del placer de hacer películas personales, generalmente en el plató, casi sin rodajes en exteriores, con un diseño de producción barroco y con unos personajes directamente extraídos de fantasías oníricas.En este caso, la trama surrealista se centra en la figura de Giulietta Masina, una mujer de la alta burguesía, que no es feliz en su matrimonio debido a que sospecha que su marido tiene una aventura con otra. Mientras contrata a un detective para confirmar sus sospechas, intenta evadirse participando en las extrañas orgías que organiza su vecina, asistiendo a espectáculos de exóticos gurús o, simplemente, cerrando los ojos para soñar despierta con vivencias antiguas, distorsionadas por su imaginación ya enfermiza.
Para explicar este acercamiento a la locura, Fellini experimenta con todo lo que tiene a su alcance: con la trama, cuando inicia la patología en el momento en que Giulietta (en una de las pocas concesiones que hace Fellini al rodaje en exteriores) se imagina tirando de un cabo desde la orilla del mar para traer una especie de balsa futurista donde viajan las pesadillas que van a atormentarla; o con el color, cuando asigna a su mujer un verde o un rojo intenso y “contagia” al resto del decorado y actores con la misma tonalidad cromática.

Son precisamente los personajes el blanco preferido de Fellini cuando aprovecha el punto de vista deformado de Giulietta. La ansiedad de la protagonista los imagina caricaturizados al máximo; como por ejemplo la pareja de detectives: uno obeso, el otro anoréxico, uno viste de oscuro, el otro de claro; o el señorito español, con José de Villalonga haciendo de José de Villalonga –como siempre-. A partir de este filme, Fellini ya no necesitará ninguna excusa para exagerarlos; así lo hará en Amarcord o en Y la Nave va, por poner sólo dos ejemplos, los que más nos gustan.
La cámara también es objeto de ensayo en Giulietta Degli Spiriti. La acción arranca con una brillante sucesión de planos secuencias donde se cruzan los personajes. Pero lo que busca continuamente el objetivo de Fellini es a su mujer. Y lo que continuamente acompaña a la sonrisa forzada de Giulietta es la excelente música de Nino Rota. Una melodía años veinte que subraya el registro favorito de la intérprete: el del triste payaso maquillado con una mueca feliz. Además el director juega con la dualidad actriz-personaje cuando las dos personalidades coinciden en el nombre; pero también en la situación si atendemos a la fama de mujeriego del propio Fellini.
Por último, destacar lo que a nuestro juicio es lo mejor de la cinta: los dos flash-back que narran la infancia de Giulietta. Son dos cuentos fantásticos, con dos escenarios ideales: el circo y el teatro. Es lógico que el realizador se luzca aquí; el mundo de la carpa y el de las tablas no pueden ser más cercanos a la manera de entender el cine por parte de uno de los grandes: Federico Fellini.