Daybreakers
Los hermanos Spierig nos muestran su peculiar visión del mundo vampírico, un mito que siempre ha sido del interés humano. Entiendo el magnetismo que posee el vampiro en casi todas sus concepciones, hay muchos cambios desde el salvaje y terrorífico escrito por Bram Stoker hasta el Edward galán, sensible y soporífero que ha dado lugar en la actualidad.Las variaciones son prácticamente ilimitadas, en Daybreakers, nos situamos en 2019, los vampiros se han hecho con el control del mundo, pero no crean que viven en castillos y duermen en incómodos ataúdes. Viven en amplias ciudades sembradas de rascacielos y compran lujosos coches opacos a la luz solar. Los humanos, vaya desgracia, están en peligro de extinción tras su degustación indiscriminada; mientras la población humana se reduce a cifras paupérrimas, los vampiros científicos buscan un sucedáneo artificial de sangre, como la bebida True Blood, que da nombre a dicha serie.
En este ambiente se desenvuelve una trama más bien pobre cuya máxima originalidad recae en la producción australiana pues estamos ante una película de estructura típicamente hoollywoodiense. Los diálogos sirven de nexo entre una acción y otra, la falta de tensión será superada por litros de sangre, una película que busca a un público adolescente, más fiel a este tipo de producto.
Los actores parecen de papel cartón y la realización resulta mejorable en su conjunto, lo mejor de Daybreakers es que cumple a duras penas con su objetivo, entretener al personal de una manera liviana y sin expectativas, aprovechando la tirada (o moda) que tienen en la actualidad los vampiros. Trece horas después de ver la película no consigo recordar nada que me llamara la atención, y reconozco que, al menos en esta ocasión, no ha sido culpa de la bebida.
Lo mejor: Algunas escenas de acción.
Lo peor: El guión.