Candilejas
Acabo de verla otra vez (no sé cuantas van ya) y vuelvo a sentir el mismo nudo en el estómago que en la primera. No tendría más de 10 años y me quedé con mi abuela en una de esas inolvidables noches de cine clásico en Tve2, noches donde empezaba a comprender esa genial frase de Mark Twain: “Nunca dejé que la escuela interfiriera en mi educación”. ¿Qué me iba a enseñar un maestro después de ver “Candilejas”? ¿Qué mejor lección de vida?. Ir el día siguiente a ese tétrico lugar lleno de curas barrigudos y asalariados a leer bazofia me revolvía las tripas ….
Con el paso de los años uno siempre vuelve a la infancia, es nuestra verdadera patria y lo demuestra el hecho de que ni nos avergonzamos de ella ni nos hace falta matar o humillar por ella. Y todos los pasos de la vida van buscando la vuelta a ese paraíso, a ese edén privado donde las obligaciones y los intereses mercantiles son cosas ajenas, un lugar donde no se huye de nada ni nadie y los recuerdos todavía no nos han hecho transitar la senda del alcohol y la mala conciencia. Por eso apreciamos tanto esas pequeñas cosas que, aun siendo felices individualmente, nos hacían soñar con que todo el universo dejaría de ser entrópico para convertirse en un lugar estable y armonioso.
“Candilejas” es una lección de vida, como decía antes. Chaplin no fue el más grande cineasta de todos los tiempos por su brillantez técnica ni por su genialidad como director, actor, músico o guionista. Lo fue porque siempre daba más de lo que se le pedía, el cine no era sólo cine para él. Aquél muchacho que nació pobre en un suburbio inglés llegó a lo más alto y tendió la mano, tal como dijo Abel Soria que es la obligación de los artistas, para que el pueblo llano riese y llorase con él, para que apreciase la vida y para que se diese cuenta que aún conociendo las ventajas del mal es preciso siempre elegir el bien. Chaplin es uno de los pocos ejemplos donde siendo trabajador y honesto se ha llegado a la cúspide, si viviese ahora en España saldría en “Callejeros” y recogería cartones para dormir de noche en un parque.
Es una película tan bella, tan triste y esperanzadora al mismo tiempo que la gente de lágrima fácil debería hacer acopio de pañuelos antes de verla. La vejez y la juventud, la vida y la muerte, el amor, la esperanza, la amargura de no ser lo que se fue; todo cabe aquí, todo desfila en un par de horas que no se olvidarán jamás. Chaplin y Claire Bloom son los amantes perfectos, el amor debería ser así y no estar supeditado a intereses personales y hobbies absurdos, el amor no se mensura. Si tu relación no es como la de ellos, si no piensas todos los días qué es lo mejor para la persona con la que estás deberías dejarla, así de claro.
Y el final ….. los dos grandes cómicos mudos mano a mano, como en los viejos tiempos (aunque le joda en la pelicula a Buster Keaton). Impagable escena la que cuelgo abajo, ver a ambos en la misma escena y ya entrados en años nos da la esperanza de que el genio no muere, que ni la muerte ni el tiempo son capaces de acabar con lo bueno que arrastramos desde atrás, desde la infancia, cuando comenzamos a soñar. No, ni la muerte ni el tiempo acaban con el amor ni con la vida, siempre habrá otro baile para Terry y para nosotros …