Resacón en las Vegas (The hangover)
l futuro de la comedia teen no está en el mercado adolescente al igual que el futuro de los dibujos animados no está en el público infantil. Hay en el cine actual una tendencia a reformular los géneros y ganar en peso adulto, en sustancia. Si Up es la epifanía de ese estado de las cosas en el campo del cartoon, Resacón en Las Vegas es la obra maestra de esa tendencia en su vertiente casposa, manufacturada con éxito por Apatow y compañía, afín a la sensibilidad de cualquier teenager modernillo y, marcado en fábrica, escrito a fuego en el envase, poco recomendable si ya has pasado de los treinta y te aburren estas acrobacias de sexo, drogas y rock and roll. Eso sí, todo muy light. Que escandalicen otros, nosotros hemos venido a vender entradas..
Resacón en Las Vegas no es el paroxismo del humor, pero desacartona el imperio de la hormona y del subidón de erotismo burdo de albóndigas en remojo y quebraduras del tino similares al crear o redefinir un nuevo modelo de cine de una mayor inteligencia, sin el rebaje moral de asistir a la demolición del sustento fundamental de la comedia, género que tan sólo con las screwball comedies, enloquecidas, chifladas, pero artificiosas y llenas de sutileza y de cordura, ya ha pasado a la noble historia del cine. La comedia de alta gama no se atasca, no se embrolla ni deja huecos por donde perderse y abandonar el interés, el repentino ingreso de un gag, de un gesto, de un giro en el guión que desarme cualquier previsión sobre lo que nos acecha en pantalla. En ese sentido, el film (perdóneseme la blasfemia, excúsenme los ortodoxos y los cinéfilos sanguíneos) funciona a la perfección, desmadejando un ovillo más que absurdo y entregando, al final, un hilo fino, cuidado, una resolución a la altura de todas las expectativas formales y narrativas. La imposible trama del film de Todd Phillips admite gags eficaces, la posibilidad de un modelo narrativo a contracorriente en las comedias al uso y, sobre todo, la primacía del efecto sorpresa (que surca todo el metraje y mantiene siempre muy alerta la complicidad del espectador) sobre la apuesta cómica. No hay un humor hooligan, literalmente gamberro: todo adscrito a un discurso conocido al que se le ha hurtado una parte considerable de su banalidad a beneficio de emociones de más adulto calado. Lejos de ser la chabacana puesta en escena de una despedida de soltero aliñada con los ingredientes previsibles, el sleeper de la temporada hace que el espectador con prejuicios (conozco a alguno) desiste en adelante de etiquetar films por el título o por la visión accidental de alguna escena especialmente cafre. Aquí lo cafre es condimento, pero no sustancia. Prima la historia, brillan actores a los que se les entrega un material altamente divertido, nada pretencioso, desafectado de trascendentalidad y (he aquí el verdadero mérito del embrollo) formidablemente contado. No es (ni por asomo) la excelente película que algunos quieren concederle, pero gana por muchos cuerpos a los caballos que están en la misma distancia. No vayan pensando que es cine descacharrante: hay risas y hay sonrisas, garantizado. Lo que vale (y quizá lo que la haga perdurar y adquirir esa nombradía, ese pedestal de cine de culto) es esa impresión general de rato muy bueno gastado en una sala de cine. Eso, a lo visto, a lo que se mueve en las carteleras del cine de evasión pura, es mucho.
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Lo mejor: Cómo se cuenta, de qué manera se nos va introduciendo en la madeja de su desternillante historia...
Lo peor: Que no cunda el ejemplo y la comedia tire por estos derroteros tan sanos. E inteligentes...