La Idea de Sam Raimi es directa y ambiciosa, pero su expresión no realiza la plenitud del juego ante el cual el espectador puede dar mucho más.

★★☆☆☆ Mediocre

Arrástrame al Infierno (Drag me to Hell)

Drag me to hell es una pura evasión, descarada en su autoconsciente libertinaje y en la formulación del drama que resulta ser un ingrediente del mazazo sarcástico que caracteriza al relato. Agresividad y bizarría son rasgos que están en todo el despliegue de figuras del fanta-terror, jugando con la ironía y el humor escatológico que son el objetivo de un escueto ejercicio estilístico revestido de cuento moral. De ahí que el drama sea, en sí mismo, el mejor catalizador para esta broma de inconmensurable gusto cinéfago. El espectador sufre con la protagonista a pesar de conocer las claves del drama, y – en consecuencia – sabe que el relato solo puede terminar de una forma. Es meritoria esta mixtura entre lo mórbido y lo cómico, por un lado en su función lúdica y por otro por la claridad y sinceridad de la propuesta. No hay que exigirle un final sorprendente ni piruetas de contenido que, en ese caso, estarían traicionando su propio origen. El demérito de Drag me to hell no radica en sus predecibles resoluciones indicadas en un guión que busca precisamente eso, sino en el lenguaje que – sobre la pantalla – nos traduce esa autoconsciencia.

Llámenlo lenguaje abrupto, simple o esquemático, códigos ya inútiles, lo que cabe resaltar – bajo este criterio – es la enorme pretensión que inspira a la película, aunque pudiera no parecerlo. La Idea de Sam Raimi es directa y ambiciosa, pero su expresión no realiza la plenitud del juego ante el cual el espectador puede dar mucho más. Ir más allá de las claves del subgénero en su actualización visual. Referido al desarrollo de cada una de las set-pieces que componen la broma, la autoconsciencia impone una mecánica visual y una estructura que limita la expansión lúdica latente en el proyecto. Para culminar la Imagen absoluta a la que aspira, no basta con secuenciar los referentes. Que el lenguaje sea el festival. Así, un resultado brillante en la exposición de la tradición que nos devuelve puede ser la singular expresividad del cineasta ante su presente, y ante el momento actual del espectador que regresa a estos ámbitos.
publicado por José A. Peig el 6 septiembre, 2009

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