El hombre del sur
Es habitual leer, en los diversos ensayos sobre cine, como se menosprecia el periodo norteamericano de ese enorme cineasta que fue Jean Renoir. Generalmente sus obras en el exilio estadounidense son consideradas como de transición entre sus dos etapas francesas. Como nos resistimos a dejar de lado cualquier filme de Renoir, vamos a intentar reivindicar esa importante fase de su carrera comentando lo que para nosotros es una de sus mejores películas: The Southerner.La cinta narra las penurias de una familia sureña en la América de la Segunda Guerra Mundial. Basada en la novela de George Sessions Perry, el guión fue escrito por Jean Renoir en colaboración con Hugo Butler, Nunnally Johnson y el ilustre William Faulkner (los aficionados a la obra del premio nobel en seguida percibirán la sombra del escritor en diversas secuencias del largometraje). Gracias a que el proyecto fue realizado fuera del sistema de producción hollywoodense, el director pudo rodar un drama muy americano de forma personal, con actores poco conocidos, forzado en parte por el escaso presupuesto (a Zachary Scott sólo se le había visto una vez y en su registro característico de “malo”), y repleto de secuencias de humor muy del gusto del realizador francés, como las de la boda o la pelea en el bar, que recuerdan a, por ejemplo, La Regla del Juego (La Regle du Jeu, 1939).

Y es que El Hombre del Sur -como si tratáramos de analizar una obra pictórica de su padre- es un Renoir auténtico. El realismo y la poesía de sus obras más aclamadas se encuentran presente en todo momento. Ya lo podemos apreciar en el arranque, en las labores de recogida del algodón: mientras las imágenes nos presentan a los personajes suena un lamento procedente de las voces de color (excelente la música de Werner Janssen nominada al oscar igual que la dirección de Renoir). También la llegada de la familia a la “tierra prometida” es otro momento intenso y dramático. La visión de una casa semidestruida en un campo abandonado es estremecedora. Pero allí está Renoir: para relajar la tensión destaca en la secuencia al personaje interpretado por una excelente Blanche Yurka – la abuela- que sentada en la hamaca, en la parte trasera de la camioneta, no para de refunfuñar. Es el toque de humor que ya no abandonará la trama en ningún momento.
Como decimos, The Southerner tiene la firma de Renoir, y es un claro precedente de una de sus obras maestras: El Río (The River, 1951). La película sigue una estructura dramática lineal, dividida en cuatro partes (las estaciones que nos anuncia un calendario) y transcurre a lo largo del primer año en la vida de la familia Tucker como propietarios de un terreno; siempre a orillas de un río que va ser decisivo en varias fases de la trama y que se presenta como clara metáfora de la propia existencia.
Por otro lado, la cinta se sitúa muy cercana a los filmes que surgieron como respuesta a la depresión y al New Deal de Roosevelt, pero con unos años de retraso. Así, el guión puede parecer próximo al de King Vidor en El Pan Nuestro de Cada día (Our Daily Bread, 1934), sin embargo mientras Vidor presenta una sociedad comunitaria –casi soviética- como solución frente a la crisis, Renoir, paradójicamente (pensemos en sus simpatías por el Frente Popular Francés en su primera etapa) apoya la iniciativa privada, quizás influido por el espíritu emprendedor de su nación de acogida.

De todas las virtudes cinematográficas de Renoir –que son muchas-, en The Southerner, apreciamos la utilización, escasa, pero brillante, de su síntesis narrativa con la cámara. A destacar los planos secuencias y los travellings circulares, como el de la inundación o el del baile -éste último mi preferido-; y otra vez nos tenemos que remitir a La Regla del Juego.
Sólo nos queda decir que si no han disfrutado todavía de El Hombre del Sur, no demoren mucho más su visión y estén atentos a un par de planos, uno casi al principio, otro al final, donde Renoir realiza el mejor homenaje que he visto en el cine al hogar. Y lo hace utilizando literalmente las dos acepciones de la palabra, y certificando su adhesión incondicional a la pintura y a la poesía.