Rebobine, por favor
¿Recuerdas aquellos videoclubs de películas VHS, con todas las cajas de las películas ordenadas en las estanterías por temas (o en plan caótico en los videoclubs más pequeños)? En mi barrio hubo un momento en que había uno cada 100 metros prácticamente. Mi sueño en aquellos tiempos era llegar a tener un videoclub para poder pasarme el día entero viendo películas.
En Rebobine, por favor, volvemos a aquellos tiempos en los que las películas eran realmente una película, en las que el cine ocupaba espacio físico y teníamos que ir a una tienda para poder ver la película que queramos. Ahora eso ya no se estila. Sin embargo, según parece en Rebobine, por favor, todavía quedan reductos en un pueblo perdido de la más profunda América.
Jack Black protagoniza una historia llena de guiños al pasado y al mundo del cine. El dueño de un pequeño videoclub se va de "tour" para conocer novedades en otros videoclubs que se puedan aplicar al suyo, y deja al cargo de la tienda a dos amigos con unas ideas un tanto extrañas. Por un accidente bastante curioso, todas las cintas del videoclub se borrarán, por lo que los dos amigos se verán forzados a "reproducir" en grabaciones amateur las películas que los clientes quieren llevarse a casa. Grabaciones que, para sorpresa de todos, empiezan a triunfar entre unos clientes que ven cómo esas reinterpretaciones de los clásicos del cine calan en sus corazones.
¿Lo mejor? Las grabaciones que estos dos amigos llevan a cabo. Pero, sobre todo, el homenaje que se hace al cine de hoy y de ayer, el de siempre, el que mantenemos en nuestro interior y forma parte de nuestros sin darnos cuenta.