Mapa de los sonidos de Tokio
Es lista Isabel Coixet y además tiene afán comunicativo: rescata de su colección de referencias y gustos un pliego, quizás al que guarda más cariño y, claro, si ella se lo tiene es muy probable que los incondicionales de su cine también puedan disfrutar de él, así que durante algo menos de dos horas de ‘panorámicas’ despliega una cartografía bidimensional sobre la que nosotros nos encargamos de trazar rutas emocionales y de levantar el paisaje poblado por ausencias, miedos, celos y deseos.
Sonidos que no se corresponden con imágenes, paseos melancólicos en un metro –toda una trama– con paradas en distintos estados vitales… La idea de juego (y sugestión), el intento de que disfrutemos del descoloque en una de las capitales de los estímulos, marca la forma de acercarnos a este tratado estético desprovisto de clichés y propuesto por una creadora que no deja nada al azar: planos compuestos y cerrados con gusto, personajes trazados con livianos brochazos, banda sonora cargada de melancolía, dolor y momentos de exaltación casi divina.
En este acercamiento al Japón del escritor Haruki Murakami (After dark, Tokio Blues) y del cineasta Hirokazu Kore-eda (Nadie sabe, Still walking), menos fotografiado pero más cinematográfico e intuido, nos guían un personaje atado al pasado y otros abocados a un destino digno de pasar a los anales como tragedia clásica, aunque en realidad el relato beba de todos los referentes dictados por la literatura romántica. Y como en toda historia épica, aquí hay una dama y un caballero: los certeros Rinko Kikuchi y Sergi López son los cómplices de Isabel Coixet en su declaración de amor al detalle que se cierra con un epílogo casi etéreo con planos para el recuerdo y el tema One Dove, de Antony and the Johnsons… ¿Qué otra cosa si no?