El juez priest
Ford muestra su maestría cuando consigue reflejar –de forma muy personal- los aspectos costumbristas de los estados del Sur de principios de siglo. Lo hace apoyándose en el guión de su colaborador habitual, Dudley Nichols, para narrar como el juez de una ciudad sureña, saltándose tantas normas judiciales como puede, es el único que defiende a un hombre acusado de intentar asesinar a otro.Esa trama central es la excusa que necesita Ford para exponer el peculiar modo de vida de un personaje y, con ello, representar los valores tradicionales americanos. Claro que Ford hace “trampa”: coloca a Will Rogers como protagonista, sabiendo que el actor era muy querido por el gran público en la época del estreno de la cinta.

Hay escenas que demuestran el buen humor de Ford, como todas las referentes al juicio surrealista del último tercio de la película: las del miembro del jurado borrachín que trata de interrumpir al fiscal escupiendo continuamente; o el jurado en pleno, veteranos sudistas de la guerra de secesión, que se abstraen totalmente del contenido del sumario y deciden sólo por lo que les dicta el corazón.
Por último señalar el cariño que John Ford le tenía a la historia, la prueba está en que no se resistió a realizar un remake (The Sun Shines Bright, 1953), tan notable como el original y, según las propias palabras de Ford, su película preferida.