El tiempo en sus manos
Hoy en día son pocas, por no decir prácticamente inexistentes, la referencias a la carrera de George Pal, por no decir la de todos aquellos artesanos y guionistas que trabajaron con él. Sin embargo durante su dilatada carrera, en la que se entremezclan todo tipo de trabajos, contribuyó decisivamente con su esfuerzo, entusiasmo y talento, y su perspicacia para rodearse de técnicos y escritores eficaces, a hacer de la década de los 50 la edad dorada del cine de ciencia ficción. Fuera como productor o director, George Pal se encuentra tras títulos imprescindibles del género como Con destino a la luna, Conquest of Space, Cuando los mundos chocan o La guerra de los mundos. Precisamente fue esta última la que le llevó a encargarse del proyecto de adaptar el clásico relato de H. G. Wells La máquina del tiempo. Los albaceas y guardianes del legado del escritor quedaron tan satisfechos con la adaptación del libro que ofrecieron al productor varias novelas de Wells para llevar a la gran pantalla. Pal se quedó con La máquina del tiempo.Por lo general Pal y el guionista David Duncan fueron bastante fieles a la novela original, aunque la adaptación incide en las escenas de acción y aventura. Tal vez para compensar el metraje decidieron también introducir referencias a las guerras mundiales y una guerra atómica en los 60 que obviamente no estaban en el libro. Tras dos o tres paradas en el futuro próximo, el viajero del tiempo (llamado George Wells, encarnado en Rod Taylor) acaba avanzando hacia un futuro lejano, ese que se describía en la novela. Llegamos así al año 802,701.
El pobre George, quien estaba desencantado con su tiempo, y con las guerras y destrucciones que seguirán en los siglos venideros, espera toparse por fin con un mundo utópico donde la humanidad haya superado las luchas y las enfermedades. Cuando para su máquina divisa un hermoso vergel, y un extraño templo-esfinge guardado por gruesas puertas metálicas. A lo largo del film uno se alegra de que todo acabe ocurriendo alrededor de la antigua casa del inventor.
George no tardará en toparse con los Eloi, el aparantemente perfecto futuro de la humanidad, un rebaño de jóvenes perfectos y rubios que podrían ser perfectamente parte de un catálogo de moda finés. De modo que George se siente muy contento de ver cómo se solaza al sol la muchachada, hasta que escucha los gritos de una Eloi que se está ahogando en el río ante la impasibilidad de sus conciudadanos. Por supuesto macho man Taylor acudirá al rescate, conociendo así a la bella Weena (Yvette Mimieux), su primer contacto con el mundo del futuro.
En principio, todo parece perfecto. Los Eloi no tienen que trabajar, ya que tienen comida y ropas a mano. Pero algo escama a George cuando ve que el lugar donde se reunen los Eloi para comer está algo ruinoso. Tras intentar conversar con un par de Elois algo bordes, el duro George casi lleva de la oreja a un pobre Eloi para que le enseñe libros. Allí se topará con la dura realidad: la cultura ya no existe, y los Eloi carecen de inquietud alguna. Tan sólo se dedican a comer y tomar el sol, y a, suponemos procrear. Desilusionado de nuevo, George se volverá a su máquina del tiempo para volver a su época. Pero entonces se dará cuenta de que alguien se la ha llevado dentro de la esfinge.
Temporalmente atrapado en el futuro, George tratará de interrogar a Weena sobre esa extraña época, y sobre los ladrones de su máquina del tiempo. La bella rubia le enseñará unos extraños discos (casi una especie de CDs) en los que algunos individuos han grabado algunos datos del fin de la civilización. Tras guerras y más guerras, finalmente los recursos se agotaron, y para sobrevivir parte de los supervivientes se fueron a vivir bajo tierra. Otros trataron de sobrevivir en la superficie. Es así como George oye hablar de los habitantes del submundo, los Morlock.
Por otro lado, por muy científico que sea uno, cuando una bella chica le pone cara de cachorrillo es normal que uno se acabe olvidando de su máquina y de los Morlocks. George empezará a encariñarse con Weena, justo cuando está a punto de perderla. Cuando suena una sirena los Eloi se dirigen pacíficamente a la esfinge, donde desaparecen tras las gruesas puertas metálicas. Weena se irá con ellos, y George llegará demasiado tarde.
Será así como el bravo George se adentrará en el mundo subterráneo de los Morlocks, donde se escucha el batir de las máquinas y hace un calor infernal. Es entonces cuando llegamos a la mejor parte del film, cuando George se enfrenta por fin a los tarugos de los Morlocks, una especie de jebis mutantes semicegatos descendientes de Rick Wakeman con muy malas pulgas. En las cavernas George no sólo rescatará a Weena, sino que enseñará a los Eloi como se dan puñetazos y se rompen cabezas de Morlock. Es así como George recuerda a los Eloi su humanidad, con lo que entre la confusión de idas y venidas en el tiempo la moraleja parece ser que, en el fondo, machacar colodrillos es de lo más humano.
El tiempo en sus manos me cautivó siendo un criajo, y desde entonces la he vuelto a ver no sé cuantas veces, resultándome tan entretenida como siempre. A pesar de los años pasados los efectos especiales, aunque simples, siguen resultando efectivos, resultado de la imaginación y artesanía de la que siempre hicieron gala George Pal y su equipo. La lava que aparece al final del film es en realidad una pasta tintada de harina de avena hirviendo iluminada con luces rojas y ténues. Si eso no es ser imaginativo, entonces no sé lo que es. Y, por supuesto, qué decir de los entrañables y rubicundos Morlocks… su aspecto kitsch nunca perderá su encanto.
El tiempo en sus manos, amigos, es uno de los clásicos definitivos de la ciencia ficción.