The reader
Una vez más, se me presenta complicado dar la opinión de una película sin mencionar determinados aspectos de la historia que puedan perjudicar al potencial espectador. Comentar sin destripar, esa es la meta de este post. Veamos si no me salgo del renglón marcado.
Stephen Daldry, tras haber dado un Oscar a Nicole Kidman con “Las horas” hace siete años y habernos emocionado con la historia del niño que quería bailar en “Billy Elliot” hace nueve, escoge un famoso libro ambientado en el holocausto, escrito por Bernhard Schlink y publicado en 1995. Una historia que trata de adentrarse en la mente de seres difíciles de comprender, que no adoctrina ni pretende moralizar, sino que nos muestra a personas repletas de contradicciones y nos generan sentimientos contrapuestos.
La historia comienza en la última etapa de la segunda guerra mundial, en Alemania. Un frío y lluvioso día, Michael, un chaval de 15 años, tiene que detener su camino de vuelta a casa del colegio bajo unos soportales. Se encuentra fatal, ha vomitado y apenas puede dar un paso más. Una mujer que le dobla la edad, se detiene a ayudarlo. Ahí empezará su primera historia de amor, tan peculiar como breve.
Michael se enamora de Hanna, una mujer callada, resuelta, taciturna, con una gran dificultad para expresar sus emociones en cualquier situación salvo una: cuando Michael lee para ella. Entre polvo y polvo, las historias de los clásicos cobran vida a través de la voz del adolescente y Hanna pierde completamente la coraza que la recubre y protege del mundo, para sentir todas esas emociones que le cuesta expresar por sí misma.
De repente, un día, Hanna desaparece, dejando a Michael, por una parte desconcertado y apesadumbrado y por otra, permitiéndole seguir con su vida, relacionándose con gente de su edad. Sin embargo, sus caminos se volverán a cruzar años después en una situación totalmente inesperada. Este nuevo encuentro cambiará la vida de Michael para siempre, llenándolo de confusión y culpa y provocando que un profundo secreto quede enterrado en su interior, pudriéndose y condicionando sus futuras relaciones.
La película me atrapó y me contagió su emoción gracias a sus dos pilares, la complejidad del personaje de Hanna y la maestría de la actriz que interpreta su papel, una Kate Winslet que se ha llevado este año uno de los Oscar más merecidos de los últimos tiempos. Es impresionante la capacidad de registros de esta actriz británica – vuelvo a pensar que los actores de las islas están un pasito por delante del resto de los mortales a la hora de transmitir desde el otro lado de la pantalla de cine – capaz de provocarme afecto y rechazo de forma simultánea. Una actuación plagada de detalles, minimalista, veraz y profundamente emocionante.
Para darse cuenta de la capacidad de la actriz para inundarnos de emociones, un breve ejemplo. Después de una pelea, tras regresar junto a Hanna con los ojos llorosos, Michael le pregunta si le importa y si le quiere. Mirando la expresión del rostro de Kate Winslet, podemos adivinar indefensión, miedo, sinceridad, ternura y de repente experimentamos un extraño viaje astral. De repente, ya no somos nosotros, sino que esos ojos nos han metido bajo la piel de Michael, han hecho desaparecer butacas, público y sala para situarnos delante de ella, enamorándonos de ella y de su enigmática personalidad, sintiendo el mismo pavor ante a la espera de la respuesta.
“The reader” es Hanna y Winslet, Winslet y Hanna. El personaje que guía la narración, interpretado por David Kross en su juventud y Ralph Fiennes en su madurez, se mueve alrededor del aura de la mujer y, desde el primer momento, somos sus ojos y sus sentimientos y nos vemos zarandeados y perturbados emocionalmente al irnos adentrando en la personalidad de Hanna. Sin llegar a entenderla nunca, nos vemos obligados a ayudarla y sentimos lástima por ella a pesar de sus actos.
La contradicción de la psique humana es la que guía la película y nuestra capacidad para empatizar con seres tan alejados de nosotros, de tal forma que podemos llegar a quedar prendados de ellos. En la segunda parte, en la que nuestros sentimientos luchan por asumir un punto de vista, no podemos dejar de recordar los buenos momentos del inicio del romance. Daldry ha conseguido generarnos muchas más preguntas que respuestas, ha conseguido llevarnos al limbo de nuestras emociones, dejándonos tan perdidos como al protagonista.