La forma en la que Eastwood organiza la cinta alrededor de su registro preferido, es la propia de un maestro. Un director consagrado que no se dedica a vivir de las rentas, sino que sigue mejorando día a día.

★★★★☆ Muy Buena

Gran Torino

El cine, como parte de la vida que es, ha sido un vehículo perfecto para las despedidas. John Huston utilizó un relato de James Joyce para acentuar su partida. Dublineses (The Dead, 1987) anunciaba su muerte y significó a la postre uno de sus filmes más importantes. Kenji Mizoguchi, no sabemos si conscientemente, hizo un precioso y preciso resumen de su obra con su última cinta: La Calle de la Vergüenza (Akasen Chitai, 1956). No sólo los directores, también los actores han protagonizado despedidas tan emotivas como la de Spencer Tracy en Adivina quien viene esta noche (Guess who’s coming to dinner de Stanley Kramer, 1967), cuyo discurso final fue acompañado de los llantos de sus compañeros de rodaje (en especial de Katherine Hepburn); o la de John Wayne en un western de título tan significativo como El Último Pistolero (The Shootist de Don Siegel, 1976). Pues bien, hemos tenido la fortuna de presenciar una de esas despedidas; un adiós ejemplar que contiene todos los elementos citados anteriormente. Hemos visto Gran Torino.


Clint Eastwood, alentado por su decisión de retirarse de la actuación, se ha basado en la historia de Dave Johannson y Nick Schenk para construir una trama alrededor de su propia vivencia como actor y realizador. Y, posiblemente, haya conseguido una obra maestra.

El protagonista elegido por el director americano no podía ser otro que él mismo. O mejor dicho su trasunto. Aquel pistolero que creció de la mano de Sergio Leone y que amenazaba a sus victimas con la mirada. Ese policía de métodos poco ortodoxos que utilizaba su mágnum para tapar la boca de los delincuentes; o el cowboy errante, perseguido injustamente, cuya manera de escupir era una inequívoca señal de aviso. Todos ellos se encuentran presentes en Gran Torino. Ya están jubilados, pero permanecen fieles a su personalidad y determinación.

La forma en la que Eastwood organiza la cinta alrededor de su registro preferido, es la propia de un maestro. Un director consagrado que no se dedica a vivir de las rentas, sino que sigue aprendiendo y mejorando día a día y que permanece fiel a sí mismo y a sus convicciones. Los primeros minutos de la cinta son suficientes para decir, sin palabras -sólo con gruñidos-, lo que ha sido de la vida de Walt Kowalski (Eastwood) y la relación con su familia. El resto, corresponde a una acertada estructura lineal, que huye del socorrido flash-back, para que el protagonismo de la cinta se sitúe en la despedida.



Eastwood insiste en presentar a su alter ego sentado desde el porche, observando el mundo que le rodea y opinando sobre los valores actuales de la juventud, sobre el racismo o la religión. Y es que viene siendo habitual la presencia de un sacerdote en la trama para que el director pueda discutir con él. No sé si es un síntoma de vejez, pero nos alegramos de su iniciativa.


Los diálogos que salen por la boca del actor, camuflados por su aparente dureza, son verdaderas declaraciones del cineasta y configuran el carácter del personaje. También la música del propio Eastwood consigue que forme parte de la personalidad de Kowalski. Como una más de las cicatrices y arrugas de su rostro, le acompaña en forma de sutiles redobles de tambor para subrayar su determinación.

Con Gran Torino, Clint Eastwood ha cerrado el ciclo de la interpretación, ha despedido a su personaje de toda la vida con un final que clausura una parte importante de la historia del cine. Todo un acontecimiento al que hemos tenido la suerte de asistir.
publicado por Ethan el 14 marzo, 2009

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