cuando los protagonistas cruzan sus años y se encuentran con la misma edad surgiendo el “otro” amor, el patético, el hipócrita y políticamente correcto; la película de tan grande se empequeñece y se estropea para siempre

★★★☆☆ Buena

El curioso caso de Benjamin Button

CABALLO GRANDE

Hace tres años el cine español se vio sorprendido por un fenómeno en formato de cortometraje dirigido por Àlex Pastor titulado La ruta natural que especulaba sobre la posibilidad de una vida a la inversa que empezara con la muerte y terminara con el alumbramiento. La ruta natural concentraba todo su increíble potencial en una idea inicial demoledora que sobrecogía durante los 14 minutos que duraba el corto.

El curioso caso de Benjamín Button parte de la misma idea, cuenta lo mismo y roza las tres horas, 166 minutos.

Después de Seven, su obra maestra absoluta, y de El club de la lucha, su otra gran película de referencia, David Fincher, tal vez obligado por la presión de su maestría, opta por la megalomanía pero pretender construir el Lo que el viento se llevó de nuestro siglo intentando llevar a cabo la película perfecta, titánica y grandilocuente es un error de bulto porque madre no hay más que una – un Rhett Butler y una señorita Escarlata – y a Pitt y a Blanchett, sin desmerecerles, los encontraron en la calle.

Sin embargo, al césar lo que es del césar; el primer acto que requiere pulso de relojero para hacer creíble lo imposible – nacer viejo para crecer hacia atrás – es absolutamente coherente y memorable e imprime tanta fuerza que convierte la primera hora de película del carcamal Brad Pitt en obra maestra sin parangón – el hermosísimo amor pederasta bajo la mesa del asilo entre el viejo y la niña es poesía para la falsa moral contemporánea.

Pero cuando los protagonistas cruzan sus años y se encuentran con la misma edad surgiendo el “otro” amor, el patético, el hipócrita y políticamente correcto; la película de tan grande se empequeñece y se estropea para siempre. Agotado su interesante discurso, resta sin argumentos y la redundancia la mata quedando para tortura más de hora y media de rollo peliculero.

La idea del cuento – la hija lee el diario de la vieja enamorada que está a punto de morir- que organiza estructuralmente la película en flashbacks donde aparece Benjamin Button es hermosa y apoya inteligentísimamente la verosimilitud de la cuenta atrás del relato. Sin embargo las películas que cuentan cuentos, como ocurre con La historia interminable, se hacen eso, interminables y arrastran una sensación de grima, de rechazo, de innecesaria dilatación del tiempo que juega en contra del realismo y de la intensidad del drama – la unidad de acción, de tiempo y de lugar que solamente en casos extremos debe romperse.

Queda el poso de recuerdos que son lo único que llenan – el carpe diem de los poetas muertos que es Satanás de moralistas -, queda que siendo película de muertes se desee tanto la vida mal que a alguno le parta un rayo, queda una infancia tan terrible como el último estertor; pero en el fondo, siendo honestos, también queda el mal gusto y la mosca cojonera del que quiere explicarnos que hay que resignarse a la muerte y le pedimos discreción y olvido y que la inmolación como mucho dure 14 minutos porque 166 son alevosía.

Y es que en el pote pequeño está la buena confitura.

Lo mejor: El amor pederasta que no tiene edad
Lo peor: 166 minutos cuando el corto La ruta natural cuenta lo mismo en 14.
publicado por Francisco Menchón el 2 febrero, 2009

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