La clase
Una vez que el cine ha ido agotando la mayoría de temáticas sociales, y en una época como la actual en la que las cintas de denuncia parecen meras fotocopias unas de otras, que destilan paternalismo y pedantería por todos sus poros, encontrar un film que revitalice y aporte un soplo de aire fresco que aleje los aromas a rancio del género es todo un hallazgo.
Y La Clase, la nueva película de Laurent Cantet es uno de esos títulos. Ganadora de la Palma de Oro del pasado Festival de Cannes, la cinta sumerge de lleno al espectador en el microcosmos que representa un aula escolar de un instituto de un barrio “conflictivo” o “marginal” de París (aunque bien podría serlo de cualquier gran urbe de un país llamado civilizado): un pequeño universo que refleja a la perfección la mezcla de culturas y razas de la sociedad actual y, que entre sus cuatro paredes, potencia y multiplica los conflictos derivados por el choque de las posturas más intransigentes. Laurent Cantet explora casi de forma documental el peculiar hábitat que es una clase de instituto, las tensiones y el balance de poder que se crean dentro y fuera de sus muros, elementos tan agobiantes que pueden llegar a sacar lo peor que todos llevamos en el interior. La película ofrece una mirada limpia y nítida de una realidad social en la que preferimos no pensar porque no es asunto nuestro. Y lo hace a través de los ojos de un profesor (soberbio François Bégadeau) idealista y romántico, un quijote que lucha contra molinos de viento en un combate que de antemano sabe que perderá. La Clase es una cinta que busca generar el debate entre la opinión pública: plantea muchas preguntas pero ni ofrece respuestas, ni busca culpables.
La Clase, relegada a un segundo plano dentro del marco del cine europeo de 2008 por el gran impacto de Gomorra, es una película honesta y directa que busca generar un debate público en un asunto tan capital para nuestro futuro como la educación.