Il divo
Vienen a coincidir en cartelera, por obra y gracia del tino distribuidor, dos títulos que alumbran la terrorífica realidad italiana de la era moderna. La red de corrupción por cuyos hilos camina, en acrobacia virtuosa, gran parte de las instituciones y estamentos de un país enfermo hasta el tuétano, carnaza de palestras informativas y escarnios. Lo cierto es que un material dramático incrustado en la iconografía del cine es el que esboza los entresijos de esa doble vida de políticos, empresarios y demás fauna mafiosa. Las querencias morbosas hacen que esos retratos acaparen audiencias, a veces incluso se les dota de un falso halo mítico. La poética del terror institucionalizado. Las sibilinas, inaprensibles, etéreas artimañas que nutren las arcas del gobernante, por encima de barreras morales. Sin ética ni cortapisas. Caiga quien caiga. Apuntes de lo real para engorde de una ficción reveladora como pocas.

Comparte con GOMORRA el aliento reflexivo al airear los atropellos éticos de las grandes esferas. Pero mientras aquélla elaboraba un mosaico de trazas documentales, grano fotográfico y cámara en el cogote de los menos tocados por la fortuna, IL DIVO no abandona la alta alcurnia política y la escruta con cámara inquieta, disfrazados los turbios recovecos del sistema con ropajes grandgignolescos que podrán irritar o entusiasmar a igual proporción. No oculta el festín visual un deseo de explorar la perversión hecha burocracia, el engranaje de relaciones e
Es posible que la caústica estampa de este tipejo protegido por la ley como por ensalmo logre hacernos sonreír ante la frase ingeniosa o el gesto exiguo. Habrá logrado el director relajar la tensión hacia el testimonio de depravaciones y convertir al corrupto en leyenda del nuevo milenio. Los riesgos de hagiografía tan del gusto yanqui quedan también camuflados bajo el peso de un texto agudo, a ratos brillante, casi en todos sus tramos desolador. Sin embargo no conviene olvidar lo elocuente de un mal endémico extrapolable -y no es excederse- a cualquier otra realidad. No es raro que la sonrisa mute a tibia mueca al reconocer el alcance de los desmanes, los pliegues estrujados de una justicia con vendas, a todas luces inútil para confirmar sospechas y echarle el guante -todo seda y pulcritud- a este menudo y achaparrado Andreotti. De escalofrío, vaya.

Lo mejor: El tono de farsa. La mecánica de intriga para ficcionar la terrible realidad. El actor Tony Servillo, magistral
Lo peor: La saturación de datos y nombres exige una atención continua.