A quemarropa
Ya no hay actores como Lee Marvin. Y tal vez tampoco películas como A quemarropa. De simple, de sencilla y de bien resuelta, produce la sensación de que no transcurre. Boorman, que debía ser un excelente espectador de cine francés, construye un thriller modélico, resuelto con un prodigioso sentido del ritmo, hipnótico, frenético cuando la acción exige nervio y minimalista, casi autista, cuando los personajes reposan su odio y se sientan en bares y se miran largamente como si mirando pudieran conversar lo que las palabras nunca podrían decir. Luego A quemarropa es la película en la que conocí a Angie Dickinson, y eso es marca la cinefilia de cualquiera. Recuerdo verla en la gloriosa segunda cadena de nuestra sacrosanta televisión española y recuerdo haber disfrutado enormemente con aquel modo reflexivo de contar una historia que, en manos de otro, hubiese sido un vértigo de persecuciones y un carrusel sincopado de tiroteos y luchas en las sombras. Aquí hay de todo eso, y lo hay en un grado superlativo, pero John Boorman hace otra cosa: frena la acción, la corta de cuajo, la envuelve en un frío y distante ropaje de embelesamiento y se dedica, con pasmoso desparpajo, a retratar la vacía vida interior de sus personajes. Crepuscular y psicodélica, impulsada por una briosa y lisérgica banda sonora firmada por el jazzman Johnny Mandel, es la película en la que Lee Marvin se come la pantalla y en donde uno piensa que sería el actor perfecto para Quentin Tarantino. De hecho, tal vez Tarantino haga cine por haber visto muchas películas de Lee Marvin.Lo mejor: El guión. La música. Los actores.
Lo peor: ¿Diré que nada ?