Australia
Baz Luhrmann es un cineasta tan capaz de ofrecer una versión modernizada y adulterada de una de las grandes obras de la literatura universal como es Romeo y Julieta, como de recuperar el estilo y aroma del cine clásico para una película como Australia, en la que Luhrmann trata de condensar y transmitir el atractivo y las historias legendarias que ha evocado durante siglos un territorio indómito como es el país austral.
Australia se presenta como un melodrama con sabor clásico, que sigue las reglas establecidas del género y al que no le faltan las dosis precisas de épica y romanticismo. Ya desde su tópico comienzo se pueden aprecian estas características: dos personajes unidimensionales, opuestos e inicialmente enfrentados de forma cómica. Sin embargo, una vez superado este escollo inicial, la película va adquiriendo entidad al entremezclarse con la trama principal las historias sobre los aborígenes, la corrupción, y el temor más que fundado a un ataque japonés. Es aquí donde el film debería adquirir ese tono épico que terminaría por engrandecerlo, pero que sin embargo se ve descafeinado por una fotografía retocada en exceso digitalmente, un mal uso del croma que se detecta a la legua y unos pobres efectos visuales que no dan la talla. Una vez alcanzado el primer clímax argumental, la película comienza una inexorable decadencia en la que se ponen de relieve sus mayores defectos: su desmesurado metraje y un guión endeble que no se sostiene en pie y que cava su propia tumba al intentar abarcar mucho más de lo debido. Por si fuera poco, de los siete finales rodados, el elegido en última instancia es, sin duda, el peor de todos ellos. Los actores cumplen con bastante solvencia, aunque sobre todos destaca Hugh Jackman, que consigue sacarle más partido a su personaje.
Salvando las distancias, y sin querer ofender a Baz Luhrmann, Australia no es más que un Pearl Harbor edulcorado y almibarado, un melodrama en el que la épica y el romanticismo fallan de una forma clamorosa.