El intercambio
En la época actual, en la que el cine está perdiendo su identidad (si es que no la ha perdido ya), y en la que la mayoría de las películas anteponen los criterios económicos y tecnológicos a los artísticos, estar ante el nuevo largometraje de Clint Eastwood, un cineasta que representa como pocos la auténtica grandeza del cine, es todo un alivio.
A partir de una historia y un guión que en manos de cualquier otro director habría sido carne de telefilm barato de domingo por la tarde, Clint Eastwood construye una sólida obra cinematográfica que consigue atrapar al espectador desde el primer momento y no lo suelta hasta el final, a pesar de sus casi dos horas y media de metraje. El único pero que se le puede poner a Eastwood es precisamente el que se le haya ido la mano en la duración de la cinta, ya que en su primera parte hay secuencias repetitivas y otras que se alargan innecesariamente. La primera mitad de la película, en la que Eastwood huye del melodrama sensiblero y de la lágrima fácil, se apoya principalmente en la garra y la fuerza de la interpretación de Angelina Jolie. Sin embargo, el retrato del sufrimiento y la heroica lucha del personaje protagonista no dan para llenar una película, algo de lo que Eastwood es muy consciente porque en el momento crítico, en el que la historia comienza a decaer y a dar signos de agotamiento, es precisamente cuando el film da un giro al incorporar la visión global de los hechos. Es en su recta final, en la que Eastwood no está atado a un único personaje y tiene mayor libertad para retratar, por un lado la brutalidad y salvajismo de unos hechos inconcebibles y el estupor e incredulidad que éstos causan, y por otro, mostrar la corrupción institucional más indecente, cuando la película alcanza su mayor profundidad, intensidad y grandeza.
De un guión que era carne de telefilm para la sobremesa del sábado, Clint Eastwood ha dado una nueva muestra de su maestría al conseguir construir una película de gran intensidad apoyada en una magnífica Angelina Jolie.