Madagascar 2

MADAGASCAR 2

¿LOS LEONES BAILAN?

 

Les confieso que uno no sabe muy bien que decir sobre Madagastar 2. Siempre ocurre lo mismo. A la hora de volcar sobre el papel una opinión sobre cualquiera de estas películas destinadas al consumo infantil, este crítico no puede evitar que le invada una sensación de fraude, que ese descreimiento inherentemente adulto que lastra y contamina aquellas primeras perplejidades se revele, primero en su mirada y, ahora, en estas palabras.  Porque uno es perfecta e incómodamente consciente de su incapacidad para juzgar un cuento audiovisual recomendado para menores de diez años. Podría tirar de oficio y hablar sobre la carrera por hacerse con el reinado de la animación en la que, desde hace años, compiten codo a codo la productora Dream Works (responsable de las sagas de Shrek y esta que tenemos entre manos, o de algún título muy próximo en el tiempo como  Kung Fu Panda), y Pixar (Cars, Ratatuille o la más reciente Wall-E). Y podría extenderme disertando sobre la distancia que todavía separa el exquisito tratamiento formal de los filmes paridos por Pixar al amparo de la alargada sombra de Disney, de la tosquedad estética que lucen las cintas de Dream Works, más pendientes de salpicar sus tramas con irónicos guiños destinados a papas y mamas o de imprimir a sus productos un ritmo endiablado que supla otras carencias artísticas. Pero esto, además de ser absolutamente recurrente (sólo basta con echar un vistazo a otras crónicas sobre la película), me temo que no le interesa a casi nadie. Otra solución hubiera sido acudir a la sala acompañado por algún enano y dejarse arrastrar por sus impresiones. Y digo impresiones, no comentarios: los niños son lo suficientemente inteligentes como para no pretender descubrir y explicar por qué se ríen, simplemente lo hacen.

El caso es que fui sólo, que los niños que llenaban la sala parecieron pasárselo en grande y que un servidor se aburrió bastante menos de lo que esperaba en un principio (vaya por delante que uno nunca ha tenido demasiada prisa por madurar). Pero lo que me dejó definitivamente acojonado fue escuchar, al terminar la proyección, como un niño escalofriantemente sensato y afectado de realidad le preguntaba a su madre: ¿los leones bailan?

Lo mejor: Que los leones bailen.
Lo peor: Cierta reiteración en su humor.
publicado por Antonio Boñar el 11 diciembre, 2008

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