La ola
¿Puede en un país primermundista, desarrollado y moderno llegar a instalarse una dictadura? Tal idea se antoja harto complicada vista desde la cómoda atalaya que nos proporciona nuestro sofá, observando el mundo y arrugando la frente ante las barbaridades que la caja tonta nos muestra de países lejanos y que nada tienen que ver con nosotros.
¿Y si el país del que estamos hablando es Alemania, cuya memoria histórica reciente sacude sus conciencias, viéndose protagonistas de uno de los mayores genocidios que se han producido en la historia de la humanidad? Podríamos decir que es aún más difícil que se produzca, cuando hasta el más pasota de los púberes siente cierto remordimiento por el “III Reich”, como si hubieran nacido con un pecado original mucho más pesado que el haber dado buena cuenta de una manzana.
Rainer Wenger es un profesor atípico, más cercano a sus alumnos que muchos de sus compañeros, con menos masters que sus colegas y con una forma de vida menos cuadriculada. Cuando en un seminario de una semana se ve obligado a dar una visión sobre el concepto de la autarquía en vez de sobre la anarquía, como tenía preparado, se le ocurre una idea para hacer entender a sus alumnos la fascinación que puede proyectar un sistema de gobierno autoritario.
Desde esta premisa, Dennis Gandel, director y adaptador del guión a partir de la novela de Todd Strasser, que a su vez se basó en un caso real para escribirla, va diseccionando con pulso de cirujano, a través de las diversas personalidades de los alumnos, las razones de por qué un puñado de chavales normales, con la rebeldía que otorgan las hormonas en esa fase de su vida, pueden someterse a un lider, formar un grupo que discrimina lo diferente o aferrarse a una disciplina que ni sus padres ni sus profesores son capaces de conseguir.
Para ello, el guión focaliza en personalidades dispares para analizar cada una de sus circunstancias y ahí es donde radica la grandeza de la película, en hacer pensar todo el rato al espectador que lo que está sucediendo es posible. Todos los días observamos mayores o menores dosis de manipulación en los telediarios, conocemos a gente que ejerce un profundo magnetismo sobre los que les rodean, hay roles en el film que podemos identificar con figuras conocidas. La cercanía de los personajes es la que imprime un escalofriante deje de horror a la historia.
Un profesor anarquista que se ve deslumbrado por la erótica del poder, un chaval ignorado y ninguneado por su familia, sin amigos, que ve en su nuevo grupo la sensación de aceptación social que jamás ha tenido, la alumna empollona que es capaz de comportarse sin ataduras entre sus compañeros, el discriminado que de repente es tratado como un igual. Las ideologías se tornan en un gris común al verse inmersas en una comunidad sin distinciones, sin diferencias sociales, religiosas o monetarias.
La línea que separa las buenas ideas y las grandes intenciones de la estupidez y el sinsentido es muy fácil que se quiebre ante la manipulación del fuerte sobre el débil. En una situación de crisis, cuando las esperanzas están mermadas, cualquiera puede caer bajo el influjo de una figura con un discurso duro que signifique el cambio. La realidad es fácil de distorsionar y el maniqueísmo y la demagogia encuentran las condiciones ideales para crecer, reproducirse y sembrar el odio hacia lo diferente.
Una película que invita a la reflexión en cada frase, con un desarrollo que inicia un tour de force que no deja hasta su climax final. Una historia que deja un poso de inquietud acerca de las debilidades del ser humano y quizá un espejo hacia el futuro de lo que podría llegar a ocurrir en tiempos de crisis.
Por cierto, ¿crisis no es una palabra que se repite mucho últimamente?