La boda de Rachel

LA BODA DE RACHEL

LA CHICA DEL PELO ROJO

  

Hacía ya algún tiempo que no ibais juntos al cine. Y no se trata de una mera excusa para eludir las razones que a uno le traen a esta esquina del periódico cada viernes. Lo único que quieres decir es que la opinión sobre la nueva cinta de Jonathan Demme, la misma que estás buscando mientras escribes estas líneas, está condicionada por el hecho de acudir a la sala juntos. O definitivamente enriquecida, porque además de ver La boda de Rachel, uno, sobre todo, vio como la veía ella. Y a la chica del pelo rojo no le gustan nada las bodas.

 Kym es la hija descarriada. Su llegada a la casa familiar para asistir a la boda de su hermana, le sirve al autor de esa obra maestra que revolucionó los parámetros del thriller, El silencio de los corderos (1991), como perfecta coartada argumental para poner sobre la mesa todos esos reproches y silencios que intentamos inútilmente ocultar, como polvo bajo la alfombra, pero que nunca dejan de latir elocuentemente, agazapados detrás de los irrenunciables afectos que sólo se entienden desde la sangre. El tratamiento estético está marcado por el uso casi constante de una cámara al hombro que, disfrazada de cámara domestica, nos introduce en las entrañas emocionales de esta familia. Moviéndose entre el drama y una suerte de amarga comedia, Jonathan Demme nos muestra a un padre que es incapaz de enfrentarse a la verdad, esa forma de cobardía tan intrínsecamente masculina; a una madre descreída que se dejó la ternura en algún rincón del camino; a Kym, la hija que durante años ha escapado del dolor buscando todas las adicciones posibles, escondiéndose en paraísos artificiales; y a Rachel, la abnegada hermana  que se casa, que se va, que se despide del pasado para comenzar a escribir otro libro de familia, uno lleno de esperanzas nuevas, con sus páginas en blanco. Lo malo es que, finalmente, el espectador oculto tras esa cámara subjetiva nunca deja de sentirse como un intruso, como un mirón ajeno que observa la vida íntima de esta familia desde una distancia inversamente proporcional a los cercanos encuadres con que es enfocada, como si estuviera viendo uno de esos programas de telerrealidad (el pretencioso nombre del invento ya lo dice casi todo). Demme persigue ser tan realista que peca de exceso, y uno termina descubriendo las costuras que sujetan la impostada naturalidad de este drama.

A la chica del pelo rojo tampoco le entusiasmó la peli. Estaba muy guapa.

  

                                                   

 
Lo mejor: El oficio y la curiosidad de Demme. Y cuando la chica del pelo rojo abandonó su mano en las mias.
Lo peor: Su autocomplacencia, quizás.
publicado por Antonio Boñar el 17 noviembre, 2008

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