La buena nueva
No, La Buena Nueva no es Los Girasoles Ciegos, aunque sean dos películas que compartan un punto de vista y una perspectiva bastante similar sobre la Guerra Civil. Y aunque pueda sonar descabellado, la cinta de Helena Taberna llega a superar en algunos aspectos a la de José Luis Cuerda. Aunque tras ver ambos films, uno no puede sino volver a alabar a Emilio Martínez-Lázaro y lo que consiguió con Las 13 Rosas.
La Buena Nueva arranca de una forma realmente sorprendente y esperanzadora, ya que hace presagiar una historia mucho más dura y comprometida de lo que cualquiera podría imaginarse. Precisamente, lo mejor de la película son esos primeros minutos, en los que Helena Taberna expone con un gran realismo tanto el clima, a la vez ingenuo y marcadamente hostil, que se vivía antes de la sublevación militar como los inicios de la represión, en la que la cineasta no se regodea. Sin embargo, una vez superado el punto álgido de la película, comienzan a aflorar los defectos principalmente del guión. De la crudeza del comienzo se pasa a un tramo en la mitad de la película que transmite una sensación poco menos que de vida idílica ¡en plena Guerra Civil! Muchos personajes, o son completamente planos o demuestran una ambigüedad excesiva, como el caso del obispo. El enfrentamiento entre el cura interpretado por un perdido y poco convincente Unax Ugalde y el capitán de la falange -personaje totalmente desdibujado y desaprovechado- no es creíble en ningún momento, al igual que los roces entre la falange y los carlistas, que podrían haber dado mucho más de sí. Sólo las apariciones del personaje de una magnífica Bárbara Goenaga consiguen elevar de nuevo el film. Una película que, conforme se acerca a su más que previsible desenlace, endurece nuevamente su discurso de una forma muy artificial.
Aunque a ratos alcanza una gran intensidad narrativa, La Buena Nueva es una película irregular que, con el transcurso de los minutos, pierde intensidad y se enreda y dispersa en algunas subtramas superfluas.